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Columna
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Los ministros y Madrid

Entre la nueva formación ministerial hay dos carteras que aspiraron, pero no lograron, mandar en Madrid. Miguel Sebastián, ministro de Industria, fue abandonado por las urnas en su candidatura a la alcaldía. Trinidad Jiménez, ministra de Asuntos Exteriores, fue orillada por los suyos en la carrera de las primarias al puesto de presidenta de la Comunidad. Sin embargo, ambos tienen gran capacidad de gestión porque sus respectivos fracasos han significado un importante empujón político e institucional hacia arriba. En la política y en la economía, lo mismo que en la diplomacia vaticana, estas cosas suceden con bastante frecuencia.

Lo curioso en los casos de Jiménez y Sebastián es que fueron impuestos por el aparato socialista al margen de la federación local del partido. Es de suponer que a Ferraz y a Moncloa no se les vuelvan a ocurrir estas jugadas en las que salió el tiro por la culata, aunque los jefes lo diluyan con declaraciones posteriores al batacazo. A veces, perder es una victoria. Y no tiene por qué ser lo contrario. Alguien que no consigue una alcaldía o una presidencia de comunidad autónoma, puede ser un importante refuerzo para el Gobierno de la nación, como se ha comprobado en multitud de ocasiones a lo largo de la historia. Una cosa queda clara: un brillante currículo no es suficiente para acceder a ejercer una autoridad local. Y mucho menos cuando la candidatura es impuesta.

Hay cierto tufo de desdén hacia las federaciones.

Hay problemas municipales cuya solución no depende enteramente de autoridades locales. Por ejemplo, la contundente actuación policial en la Cañada Real. Ese supermercado de la droga era algo sabido por todos los ciudadanos desde hace años. Era una cuestión de gravedad nacional. Y también lo es otro dato estremecedor: en Madrid hay un millón de excluidos. Es decir, un millón de pobres.

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