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Crítica:LIBROS | Ensayo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Deseos de poder

Ni el sexo ni el dinero; o lo que es lo mismo: ni Freud ni Marx; lo que mueve a los individuos y determina la evolución de las sociedades es la búsqueda desnuda del poder. Esta es la tesis que Bertrand Russell desarrolla en este famoso ensayo escrito en la segunda mitad de la década de 1930; uno de los momentos más tenebrosos del pasado reciente, cuando la tempestad perfecta asomaba por el horizonte. El poder. Un nuevo análisis social se publica en 1938, el año de los Acuerdos de Múnich, cuando las democracias sacrificaron a Checoslovaquia para apaciguar a Adolf Hitler, las purgas de Stalin se hallaban en pleno apogeo, Mussolini controlaba Italia con mano de hierro, Franco estaba a punto de ganar la Guerra Civil, Salazar mandaba en Portugal y los regímenes autoritarios ganaban terreno en todo el planeta.

El poder. Un nuevo análisis social

Bertrand Russell

Traducción de Luis Echávarri

RBA. Barcelona, 2010

304 páginas. 20 euros

Anticipando el estallido de la II Guerra Mundial, el pacifista Russell apunta como única salida para la humanidad "la abolición de la soberanía nacional y de las fuerzas armadas nacionales para ser sustituidas por un único gobierno internacional con el monopolio de la fuerza", aunque piensa -en un ejercicio de optimismo- que los Gobiernos se arriesgaban a ser víctimas de revoluciones y disturbios si decidían mandar a sus ciudadanos a la guerra.

Podemos decir que Russell se equivocaba en el modelo caudillista que vaticinaba. Los modelos sociales de la segunda mitad del siglo XX no fueron en esa dirección. El poder, los poderes, son ahora más difusos, menos identificables. No hay caudillos como los de antes; Berlusconi, por más que lo intente, no es Mussolini; ni Putin, con todo su control del Estado, puede acercarse a Stalin. También se equivoca al descartar a la economía, o a Marx -que según Russell veía solo una parte de la textura de las sociedades- como el mecanismo que articula las sociedades. Ahora ya sabemos que el mercado es dios.

Acierta, hasta cierto punto, al descartar la visión freudiana del mundo, la que establece el sexo como motor del individuo. Las teorías de Freud, entonces muy en boga, parecen haber sido sustituidas por un cierto neodarwinismo, según el cual el comportamiento humano estaría determinado por el mandato genético de competir para transmitirse y reproducirse.

Sin embargo, el lector descubrirá enseguida que el mundo sigue como Russell lo describe, y releerlo produce una doble satisfacción. La primera es la de recuperar la elegancia de su prosa y la nitidez cristalina de sus argumentos. El joven idealista reconvertido en pragmático aún nos deslumbra. La segunda consiste en comprobar que, incluso cuando sus análisis pueden parecer anacrónicos, su visión conserva una lucidez extraordinaria. Finalmente, tiene todo el sentido reeditar este ensayo, una obra atípica dentro de la inmensa producción del filósofo británico, con la que pretendía articular una teoría sobre el comportamiento humano y los mecanismos del poder, que anticipa su gran Historia de la Filosofía Occidental, de 1945.

En El poder... Russell apunta ya la mirada escéptica sobre todos y cada uno de los grandes hombres que nos lega la historia escrita por los vencedores. Los mejores pensadores del Renacimiento, nos recuerda, trabajaban para tiranos corruptos como los Borgia, y Leonardo da Vinci construía máquinas de guerra para déspotas. También discrepa del dicho de que cualquier tiempo pasado fuera mejor o que existiera un momento en la historia de la humanidad en el que los hombres hubieran alcanzado un consenso sobre una moral pública, generosa con las minorías y clemente con los vencidos. La tradición judeocristiana, escribe, es la que arrasa, saquea y aniquila todo lo que conquista. "Ahora", añade, "como en los días del Antiguo Testamento, no se reconoce en la práctica ningún deber para con los enemigos cuando son lo suficientemente formidables como para inspirar temor".

Su lucidez y su falta de prejuicios, que incluye una muy saludable ironía consigo mismo, le lleva incluso a reconocer que la doctrina de los Derechos Humanos es indefendible en términos filosóficos, pero subraya cuán útil ha sido históricamente para conquistar una buena parte de los derechos y libertades que ahora gozamos en las sociedades democráticas. "La felicidad colectiva aumenta si se define un espacio en el que cada individuo es libre para actuar como desea sin la interferencia de ninguna autoridad externa".

Y como buen pragmático defiende la democracia como el menos malo de todos los sistemas. No piensa que el sistema democrático sea una garantía de que sus Gobiernos no declaren guerras de agresión -como se ha podido comprobar una y otra vez-, tan solo considera que los sistemas democráticos tienen, por lo menos, la virtud de tener en cuenta el bienestar de sus ciudadanos. Interesante también la distancia que toma, tanto de los nacionalismos como de lo que hoy en día se define como comunitarismo, en el sentido de la asunción de derechos y deberes por las comunidades más allá de los individuos. "Considero que lo bueno y lo malo forman parte de los individuos, no primordialmente de las sociedades", escribe. "Las cosas realmente valiosas en la vida humana son individuales, no colectivas", añade, "la vida organizada de las comunidades es necesaria, pero es necesaria como mecanismo, no como algo que tenga valor en sí mismo".

Mussolini y Hitler,  en Múnich en 1938.
Mussolini y Hitler, en Múnich en 1938.Associated Press

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