Qué principios, qué responsabilidad
Pronto hará cien años desde que Max Weber pronunció aquella encendida conferencia ante los estudiantes de Múnich. Les habló de la vocación política, de la diferencia entre vivir de la política y vivir para la política, de la diferencia entre una política guiada por la ética de los principios y una política guiada por la ética de la responsabilidad. No caben ingenuidades, les vino a decir; quien hace política ha de saber que "pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno a todo poder" y que para conseguir "fines buenos hay que contar en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente malas".
Quien únicamente se atiene a los principios sin mirar a las consecuencias, quien exclama Fiat iustitia et pereat mundus, resultará un pésimo político. Pero quien se abraza a una mera ética de las consecuencias terminará por entregarse al oportunismo político, a la técnica del mantenimiento en el poder, al poder por el poder. Weber concluye que ambas éticas no son realmente opuestas, "sino elementos complementarios que han de concurrir para formar al hombre auténtico, al hombre que puede tener vocación política".
Hace unos días, en una intervención televisiva de la vicepresidenta y portavoz Fernández De la Vega, me fijé en las veces que apelaba a la "responsabilidad"; exactamente, cada dos frases y media. El PSOE en pleno, incluido el PSE, han alabado también en esta ocasión el "ejercicio de responsabilidad" del PNV, que ha permitido aprobar los Presupuestos y dar oxígeno al Gobierno hasta el fin de la legislatura. ¿Y por qué esos Presupuestos? "Por responsabilidad", claro, porque cualquier alternativa tendría supuestamente peores consecuencias. Día tras día, la retórica de la responsabilidad sirve para justificar casi cualquier cosa. Lo que uno encuentra a faltar son los principios, rectos y claros, que deberían alumbrar esa responsabilidad, poniéndole límites, horizontes, valores.
Pues bien, el PNV ha conseguido la proeza de lograr -de una sola tajada- la transferencia de prácticamente todas las competencias pendientes. Después de treinta años de reivindicación, y estando por primera vez en la oposición. Es comprensible que hinchen su pecho mostrando sus medallas y relamiéndose del estoque al ninguneado lehendakari socialista. Pero de la misma manera que los medios cambian los fines, las formas también transforman los fondos. Y la forma, de tan rastrero oportunismo político, poco tiene que ver con el concepto noble de "responsabilidad". Por ambas partes. Y aunque no es fácil saber exactamente cuánto dinero de más hemos conseguido los vascos en esta terrible coyuntura de crisis, no es de extrañar que muchos españoles nos tachen, como poco, de insolidarios. Y es que, ¿qué principios, qué responsabilidad?
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