El club de la década
Razzmatazz, la sala barcelonesa que se ha convertido en referencia musical mundial, cumple 10 años no exentos de polémica
"Mi mejor noche en el Razz fue cuando traje a actuar a un músico llamado Selfish C**t. Cunt [coño podría ser la traducción, aunque utilizado por esos pagos como el peor de los insultos] es una palabra tan bestia que nosotros debemos escribirla con asteriscos. Bien, pues en el trayecto que realicé con el artista desde el aeropuerto de Barcelona hasta la sala vimos los pósteres del concierto y habían escrito: 'Razzmatazz presenta Sean McLusky & Selfish Cunt'. Sin asteriscos. El afiche debió de ser un gran éxito entre las familias de turistas ingleses en la ciudad", explica Sean McLusky. El promotor y músico británico es uno de esos nombres que hoy irremediablemente se asocian a esta sala barcelonesa, auténtico referente español en el circuito internacional de la música en vivo (además de exitosa discoteca), que pronto cumplirá diez años. Eso sí, con algún que otro asterisco en su historia.
"Si me ofrecen 150 millones para montar un festival, digo que no. Ni borracho"
"Vengo a Razz cuatro veces al año y me tratan siempre muy bien. Es uno de mis lugares preferidos", comenta Wendy James, ex Transvision Vamp, recalcando la idea de que hay pocos clubes que mimen tanto a sus artistas. Algo parecido declaró Jake Shears, de Scissor Sisters, a este periódico: "Voy siempre que puedo a Barcelona y a Razzmatazz. Me lo paso tan bien allí que he tenido que dejar de ir una temporada por el bien de mi salud. Me ha inspirado mucho al hacer este disco".
La programación de los fastos del aniversario (del 5 de noviembre al 22 de diciembre) incluye conciertos de Primal Scream, Aphex Twin, Suede o LCD Soundsystem. El cartel remite más a esa condición de la sala como intermitente referente internacional, metáfora de todo lo que iba bien en este país durante años, y no a cuando en 2008 se convirtió en ejemplo de lo que se había hecho mal durante la década en la que nos creímos invencibles. La historia de este espacio en el que 5.000 personas cada noche de fin de semana escenifican la eclosión de la mayoría de tendencias musicales y estéticas siempre ha sido extrema. "Aprovechamos el décimo aniversario para demostrar la fuerza de la sala", comenta Daniel Faidella, actual dueño. "La estructura de Razz es que yo soy el propietario y ya está. Cuantos menos, mejor".
Cuando en 2000, el propio Faidella y otro socio se hicieron con el antiguo Zeleste mítica sala de conciertos asfixiada por las deudas, declararon que no querían ser otros "expendedores de cubatas". Venían de organizar fiestas universitarias y el club A Saco, germen del indie barcelonés. Tras el escepticismo inicial, al año Razzmatazz ya era considerado un éxito: sin deudas, sin quejas de los vecinos y con una buena programación de conciertos, a la altura del legado de la sala que ocupaba. En 2002, Faidella se fue a Chile su aventura es una historia que, con sus luces y sus sombras, ha servido como generador de leyendas urbanas durante años, volvió a Barcelona y hace dos años se hizo con el control del espacio, después de que Sinnamon, la promotora que se creó con el fin de capitalizar el éxito y el prestigio de la sala y que muchos criticaron por su ambición desmedida, desapareciera del panorama dejando un rastro de festivales cancelados (Summercase, Ola, Forward...) y deudas. "Razzmatazz debe ser la sala Razzmatazz. Y punto. La austeridad es la única manera de poder seguir. Si mañana llega una marca y me ofrece 150 millones para montar un festival, le digo que no. Ni borracho", apunta el propietario, quien quiere recalcar que durante el ascenso y caída de Sinnamon, él "no estaba aquí".
"Es complicado saber qué va a funcionar, por lo que hemos decidido concentrarnos en presentar talentos nuevos que creemos que pueden triunfar y que además nos aportan marca", comenta Luis Costa, jefe de prensa y dj, sobre la política actual de programación del club. El público ahora no es ni la mitad de ingenuo que hace diez años, pero también es el doble de efusivo y, gracias a la cultura del nicho, ha logrado desarrollar una pasión por lo más nuevo y lo más oculto que complica la tarea del programador sorprender es cada vez más difícil, pero abarata sobremanera la del propietario. Parece que la coyuntura vuelve a ser propicia para la sala. "El trabajo de los que estamos en esto es aportar nuestra experiencia para que todo siempre parezca nuevo y excitante. Los jóvenes acuden a los clubes pensando que la experiencia les puede cambiar la vida", sentencia McLusky.
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