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Columna
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Leyendas

No es preciso recordar que existe una especie de leyenda negra acerca de la escasa capacidad que suelen mostrar los españoles a la hora de innovar e inventar cosas útiles. Leyenda, justo es decirlo, a la que nosotros mismos hemos contribuido frecuentemente, proyectando hacia el exterior esa lamentable imagen de indiferencia, cuando no de hostilidad, que tenemos por la materia gris en cualquiera de sus formas y manifestaciones. No deberíamos, pues, dejar pasar un día como este, referencia patriótica de la Hispanidad toda, para intentar desmitificar tan injustificada reputación.

Es verdad que, comparativamente hablando, España no se parece mucho al Silicon Valley californiano, pero esto no es tan importante como parece. En materia de invención, como en tantas otras actividades económicas, los países se especializan; lo que no impide en modo alguno que cada uno de estos pueda acceder después, mediante el intercambio, a todo aquello que no ha sido capaz de producir de manera eficiente.

Pues bien, si observamos la lista de los inventos españoles (basta con teclear ambas palabras en Google) constataremos, con notable sorpresa por nuestra parte, que aquella no solo no es corta, sino que incluye contenidos temáticos de lo más variado y enjundioso.

Lamentablemente, siempre encontraremos en la Red al típico gracioso, antipatriota sin duda, que se mofa del hecho de que todos los inventos ibéricos parezcan componerse únicamente de "un palo y algo más", refiriéndose al chupa chups, la fregona, la guitarra o al futbolín, por citar solo algunos ejemplos. Pero no le hagan mucho caso. Con similar argumentación podría concluirse que todos los grandes inventos norteamericanos se componen de una sencilla pantalla rectangular y de un teclado con letras más antiguo que el mismo Olivetti.

Estoy dispuesto a aceptar que algunos de los hallazgos hispanos tienen una cierta componente artesanal (no exenta de utilidad, por cierto) como es el caso del botijo, la bota, el porrón, la navaja o la boina, en sus diferentes versiones autonómicas; pero, junto a estos artilugios, existen otros de mucho mayor contenido tecnológico, como el laringoscopio (sic), el autogiro o el aritmómetro de Torres Quevedo que ya anunciaba a principios del S. XX nada menos que la calculadora digital. La lista incluye, además, una gran cantidad de objetos bastante simples, pero sin los cuales nuestra vida cotidiana podría convertirse en un infierno: la grapadora, la tortilla de patatas, el abanico, la jeringuilla desechable, el sacacorchos o la silla Jané para bebés, por ejemplo.

Y si bien es verdad que otros muchos pueden considerarse peligrosos (el cóctel molotov) o de utilidad más que dudosa, como la máquina de lavar caracoles, el recolector de aceitunas, la herramienta para arrancar higos chumbos o la escobilla de retrete ¡con punta desechable!, es muy evidente, a la vista de tan prolijos y contundentes hallazgos, que la leyenda negra sobre la innovación en España no es más que eso: una leyenda. Desmitificada, pues, queda.

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