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Columna
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Bartleby Gómez

Juan Cruz

Tuve un amigo obsesionado por los procedimientos. Es de gente elegante. A él le fue muy bien hasta el fin de su vida; las cosas debían tener un orden, un procedimiento, y si seguían los procedimientos, todo funcionaría bien.

Lo que ha fallado con esto de las primarias socialistas en Madrid han sido los procedimientos. Pero gracias a ese fallo hoy Gómez es más Gómez.

Antes de seguir, digamos una cosa: las primarias también han servido para que sepamos que Esperanza Aguirre ya tiene iPad. Lo exhibió el otro día para vincular a Gómez, ya su adversario en la Comunidad de Madrid, con José Luis Rodríguez Zapatero, su adversario universal. Como un día dijo Gómez (en este periódico) que quería hacer en Madrid lo que su presidente iba haciendo en España, y como ahora no parece que la cosa vaya bien, ella echó mano de archivo digital y ahí mostró su iPad con la declaración. Para avergonzar a Gómez.

Dicho esto, volvamos a los procedimientos. Lo que sucedió ya es bien sabido. Zapatero llamó a Gómez para decirle que dejara sus sueños de candidatura. Gómez le dijo al presidente que preferiría no hacerlo, como el Bartleby de Melville. Y, Dios, la que se armó. Ahí se pusieron de manifiesto dos cosas que luego nos han difuminado con otras historias: primera cosa, que Zapatero no quería primarias, quería que Trinidad Jiménez fuera la candidata. Y lo argumentó, al parecer, con unas encuestas en la mano. Esto de las encuestas es tan peligroso como un bumerán, y el bumerán de las encuestas alcanzó al presidente. Segunda cosa, Tomás Gómez no quería primarias, quería ser el candidato. Estaban empatados: uno quería una candidata y otro quería ser candidato.

Ser Bartleby en esta sociedad, como descubrió Melville y como redescubriría Vila-Matas mucho más tarde, es revolucionario. No se sabe cómo le dijo Tomás Gómez a Zapatero "preferiría no hacerlo". Le dijo "no", ya se sabe, "quiero seguir siendo yo el candidato". Bartleby respetó siempre, en sus negativas, el procedimiento. El jefe le pedía que cumpliera una tarea, y él, tímido pero resuelto, siempre le decía lo mismo: "Preferiría no hacerlo". En el procedimiento, el burócrata era impecable. Él no decía no, no mandaba a freír espárragos a su superior; simplemente le señalaba que eso que le estaba pidiendo era algo que preferiría no hacer.

Gómez prefirió no obedecer y se puso en marcha un sistema que provenía de una falla en los procedimientos. Zapatero sabía que Gómez mataría por ser candidato, y debía constarle, porque los presidentes tienen confidentes en todas partes, que esa propuesta no iba a recibir tan cortés respuesta como las que daba Bartleby. Ese no de Gómez le dio la vuelta al mundo y se convirtió (Rubalcaba lo dijo) en uno de los principales instrumentos de campaña del candidato que quería ser candidato. La candidata a la que designó la presidencia, Trinidad Jiménez, no podía exhibir el encanto que tiene todo Bartleby en esta sociedad en que obedecer carece de prestigio.

Ahora bien, si Zapatero hubiera respetado el procedimiento, hoy a Tomás Gómez no se lo comerían a besos los mismos que antes ni se fijaban en él.

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