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Sobre la huelga como instrumento

Joan Subirats

Dejando atrás la espuma de la agitación de estos días, tratemos de abrir una cierta reflexión sobre lo ocurrido, yendo más allá de la estricta coyuntura. La huelga no es un fin en sí mismo. Históricamente se ha entendido como una forma de acción colectiva que pone en cuestión, dejando de hacer el trabajo o labor estipulada, unas determinadas condiciones laborales consideradas injustas por los trabajadores. Las variaciones sobre el tema han sido y son múltiples. El problema es que los espacios de producción en nuestro país han ido dejando de ser lo que eran y se han diversificado muchísimo, tanto los lugares como los tiempos y las condiciones concretas de cada uno de los trabajadores. Hemos llegado a considerar normal que exista una rama de afiliación sindical que se denomina "trabajadores autónomos dependientes", lo que evidentemente es una expresión contradictoria en sí misma, pero muestra la voluntad de sindicalizar un universo de relaciones laborales cada vez más complejo, diversificado y pensado, precisamente, para dificultar su sindicalización.

Consideramos normal que exista una rama de afiliación sindical de "trabajadores autónomos dependientes"

No creo que sea necesario insistir en la creciente distancia entre el esquema productivo que sirvió de base a la estructura de las organizaciones sindicales de clase y la realidad actual. Ello no quiere decir que no sigan persistiendo y funcionando eficientemente estructuras industriales más o menos renovadas y otras formas de articulación laboral en las que se mantienen condiciones similares a las del fordismo: grandes agrupaciones de trabajadores, con categorías estables y con organizaciones sindicales que siguen articulando y gestionando las condiciones laborales de ese universo. Cajas de ahorro, bancos, industrias del metal, Administración pública... son ejemplos de ello, pero el creciente mundo de servicios, turismo, cuidado a personas, y en ese mundo, jóvenes, mujeres e inmigrantes, tienen condiciones laborales muy episódicas, vulnerables e inestables. No tienen trabajo, "pillan" trabajos. ¿Sirve la huelga como instrumento en esas nuevas coordenadas productivas?

Y a pesar de ello, la huelga del miércoles articuló cabreos y sinsabores varios. Los sindicalistas hicieron su trabajo, sin el cual sigue siendo imposible articular los escenarios colectivos de producción, pero su labor, sus métodos, sus formas de movilizarse, tienen cada vez menos que ver con esa nueva realidad individualizada, coyuntural y frágil en la que va convirtiéndose ese otro mundo del trabajo que va creciendo en tamaño y significación. La huelga del 29 fue una huelga generalizada y sindical, seguida por muchos; acompañada por otros que, sin estar de acuerdo del todo con los convocantes, lo estaban con el objetivo de la propuesta, y vista a distancia por muchos que no entendían cómo relacionar el cabreo que tenían encima, sus grandes dificultades para mantener sus precarias condiciones de vida, con la llamada a implicarse con una huelga con la que les faltaban lazos ideológicos, culturales, generacionales, personales y sociales.

¿Cómo se pueden articular movimientos sociales masivos y específicos en escenarios en los que cada vez las perspectivas son más individualizadas, específicas y limitadas en cuanto a perspectivas temporales y vitales? Una de las bases del movimiento obrero contemporáneo ha sido considerar que los fracasos de hoy pueden ser la semilla de los triunfos de mañana. Pero para poder creer en esa premisa han de existir relatos individuales y colectivos que apuntalen esas percepciones y valores. En la época de Twitter y de la conectividad total y personal, necesitamos encontrar nuevas formas de articulación colectiva. Dejar de trabajar tiene poco sentido como arma de protesta en muchos casos, mientras que motivos para la protesta y el cabreo hay de sobras. Lo que tenemos que evitar es que se rompan los puentes culturales, tecnológicos y generacionales entre aquellos a los que les siguen uniendo visiones de equidad y de solidaridad, visiones y situaciones muy alejadas de la receta competitiva e insolidaria del "sálvese quien pueda". Si no logramos explorar nuevos caminos, la huelga cada vez será más difícil y costosa de organizar e irá dejando por el camino complicidades y apoyos.

Joan Subirats es director del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la UAB.

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