Extraordinaria noche de teatro
El gran éxito de 'Gata sobre teulada de zinc calenta' redondea la emotiva velada de reapertura del Lliure de Gràcia
Imposible reabrir mejor un teatro: con aplausos interminables, bravos, unas interpretaciones brillantes y la gran magia de cuando se produce ese milagro que es un espectáculo que llega al público y lo conmueve: extraordinaria Gata sobre teulada de zinc calenta. El Teatre Lliure de Gràcia reanudó anoche su andadura donde la había dejado: en la excelencia de un oficio del que constituye un modelo y un ejemplo. Àlex Rigola, director del colectivo y del espectáculo inicial, decidió reinaugurar la histórica sala con las mínimas concesiones a la nostalgia (en el reparto, solo una de las actrices históricas del Lliure de Gràcia, Muntsa Alcañiz, que fue una de las intérpretes del primordial Camí de nit, 1854, el 2 de diciembre de 1976). Pero su Gata fue, paradójicamente, lo que más reengachó al público con el alma del Lliure. Un montaje directo, sincero, valiente, con unos actores, especialmente Andreu Benito, Joan Carreras y Chantal Aimée, en estado de gracia (y valga la palabra).
¡Qué maravilloso fue volver a disfrutar de la privilegiada proximidad que ofrece el viejo (nuevo) Lliure entre el espectador y el actor! Mejorada, modernizada, la sala sigue siendo la misma: uno siente que podría estar viendo Leonci i Lena, La nit de les tríbades, La bella Helena... Rigola ha dispuesto un escenario frontal que aprovecha la galería para darle profundidad, un suelo de tierra con plantas de algodón de ese sur de Tennessee Williams donde se desarrolla la virulenta, amarga y, sin embargo, llena de humanidad historia. Carreras descubre registros asombrosos y Benito está simplemente enorme, magistral. El montaje de Rigola es de una evocadora sobriedad y de un rigor dignos del mejor Lliure de la memoria. Lo es también el riesgo: Aimée quitándose las bragas y arrojándose desnuda a los pies de Carreras para hacerle una felación.
Emoción entre los históricos del Lliure. Anna Lizaran dijo que en la sala sintió que estaba en el Lliure de siempre (¡aunque no en el bar!). Y se echó a llorar al recordar a Fabià y a Carlota. Recordó también lo tranquilo que era Gràcia al abrir la primera vez y el enorme atasco que, en cambio, se formó anoche. La anécdota fue la de Lluís Pasqual: volvía de Milán, el avión se retrasaba y el director fue a darle prisa al piloto. Este lo entendió: "Abbiamo un'emergenza culturale", informó el aviador al pasaje. Y despegó. Al acabar la función, el presidente de la Fundación Teatre Lliure, Antoni Dalmau, alzó su copa para brindar por el Lliure renacido. Per molts anys!
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