_
_
_
_
_
Reportaje:EN EL CAMINO

Las musas huyen de la masificación

Ames expone los tapices que Santiago inspiró a la finlandesa Carita Dubrovin

Carita Dubrovin (Helsinki, 1942) pasea por una Compostela atestada de turistas y peregrinos y desea, como tantos otros vecinos, que se acabe de una vez el Año Santo para recuperar la zona vieja como espacio vital. Carita es artista del telar y tiene en las calles de Santiago la fuente de inspiración para sus tapices. Pero el tema para su obra se ve ahora devaluado por las masas, hasta el punto de que entre las miles de fotos que disparan los deslumbrados visitantes a todo el patrimonio pétreo de la ciudad no encuentra una sola instantánea que la anime a crear. Por eso, es como si la finlandesa llevase todo el año haciendo cola ante la Puerta Santa, esperando simplemente a que se cierre, para que en un casco histórico con algo más de espacio vuelvan a tener cabida las musas.

La muestra incluye esculturas de su marido y cuadros de sus dos hijos
"Mi madre y mi abuela hacían en casa lo que aquí llaman farrapos"
Se vino al acabar la carrera: "En 1967, España nos parecía un país exótico"
"Las piedras compostelanas me motivaron más a trabajar en el telar"

Mientras no llega el 31 de diciembre, Carita ha peregrinado unos kilómetros por la Ruta a Fisterra, hasta Bertamiráns. Allí ha ganado otro jubileo: la satisfacción personal de exponer conjuntamente su obra con la de su familia. En la muestra Teorema de los cuatro colores, que estos días puedes verse en el Pazo da Peregina, se exhiben junto a sus tapices las esculturas de su marido y los cuadros de sus dos hijos. Son una familia de artistas en la que los vástagos han cumplido el deseo frustrado de sus madre de poder estudiar Bellas Artes, el chico en Pontevedra y la chica en Finlandia, donde se ha establecido. Su biografía la ha llevado de vuelta al lugar donde comenzó la de su madre. "Mi hija ha hecho el viaje a la inversa: se enamoró allí y allí vive. En cierto modo, pienso que con ella estoy devolviendo algo a mi origen", dice Carita.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Carita Dubrovin nació en la capital finesa en una familia de clase media, perteneciente a la minoría de habla sueca. Por eso podría decirse que es doblemente bilingüe: habla sueco y finlandés por su lugar de nacimiento, y gallego y español por su lugar de acogida. Además, aprendió inglés y alemán. En este crisol lingüístico se cuela también su abuelo, un noble boyardo ruso que llegó a Finlandia a principios del siglo XX únicamente con la receta de un pastel de chocolate bajo el brazo. De esa familia heredó Carita su habilidad para el arte textil: "En casa teníamos un telar donde mi madre y mi abuela hacían lo que aquí llaman farrapos. Yo aprendí de ellas y ya entonces me gustaba darles un cierto aire artístico".

Pero la vena artística le parecía poco rentable a sus progenitores, y en lugar de estudiar Bellas Artes para satisfacer su vocación, se matriculó en Economía Familiar con la intención de hacerse luego profesora de esa materia que en Finlandia era asignatura obligatoria.

Al acabar la carrera, el cuerpo le pedía una existencia menos encorsetada y decidió venirse a España con una amiga: "En 1967 nos parecía un país exótico". Al llegar a Madrid, retomó los estudios, cursando Lengua Hispánica para Extranjeros, pero se especializó en disfrutar de la vida y nunca llegó a obtener el título. Era un país muy diferente: "Recuerdo una vez, en la piscina universitaria, que unas chicas les llamaron la atención a unas amigas mías porque iban en bikini, según decían provocando a los hombres".

Sin ser acusada nunca de provocadora, conoció a su marido en el ambiente universitario, donde él estudiaba para ingeniero agrónomo. "Para poder casarnos, tuve que jurar que, en caso de conflicto armado con Finlandia, estaría del lado español, y que criaría a mis hijos como católicos". En cuanto al primer juramento, no tuvo ocasión de probar su lealtad, y en lo concerniente al segundo nunca llegó a bautizar a sus hijos, pero su matrimonio es sólido.

Fue Iberia la que le abrió las puertas del mercado laboral: la compañía aérea lanzó la Operación Vikinga para captar turistas en los países escandinavos y necesitaban azafatas nativas. Estuvo diez años en la aerolínea, hasta que su marido vino a Galicia en la etapa preautonómica para trabajar en el Plan Director de Coordinación Territorial.

Carita se integró bien en Santiago. En 1988, el entonces alcalde compostelano Xerardo Estévez la fichó para el departamento municipal de protocolo y relaciones turísticas. Veinte años en el puesto dan para muchas anécdotas: "Un día llegó un señor diciéndome que necesitaba algo de dinero, y no entendí muy bien por qué se dirigía a mí. Luego me enteré de que había preguntado en la puerta por Cáritas y el ordenanza le había señalado simplemente la mesa de Carita". También presume de haberse hecho fotos con dos reyes, el de España y el de Noruega.

A Santiago debe, además, una fuente inagotable de inspiración para sus tapices: "Las piedras compostelanas me motivaron más a trabajar en el telar". Ahora espera a que se silencie el ruido de los turistas, para que esas piedras vuelvan a hablar.

Carita Dubrovin con su marido Vicente Ruiz y sus hijos Leonor y Andreas en la exposición del Pazo da Peregrina, en Bertamiráns.
Carita Dubrovin con su marido Vicente Ruiz y sus hijos Leonor y Andreas en la exposición del Pazo da Peregrina, en Bertamiráns.XURXO LOBATO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_