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Columna
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Sindicatos

Defensa del salario y democracia estuvieron ya unidas en los primeros momentos de la historia del sindicalismo en España. La primera llamarada de asociacionismo obrero se desarrolló entre 1840 y 1843 en Cataluña en torno al sector textil, con la Sociedad de Protección Mutua de Tejedores que agrupó a miles de afiliados. Alguien compuso una canción de la cual se ha perdido la música, pero cuya letra cuenta con algunas estrofas bien significativas: En la culta Barcelona, los del arte de tejidos, despóticamente oprimidos, lloraban su situación, pues los necios fabricantes, obrando tiranamente, el jornal de pobre gente, cortaban a discreción. Es la defensa y mejora del jornal lo que justifica la existencia de la sociedad, cuyo lenguaje se inserta en el marco de la revolución liberal, para la que los tejedores reclamarán pronto sin éxito el reconocimiento del derecho de asociación. Por ello, pasan del esparterismo a la participación en los movimientos urbanos de signo democrático y republicano. Años más tarde, será el joven Francisco Pi y Margall quien desde el federalismo asuma su defensa, cuando ya la ideología moderada ha acuñado la idea de que las sociedades obreras son agentes de desorden social. A ello pronto se suma otro tópico: cualquier subida de los salarios determina la ruina de la industria por la pérdida de competitividad. De paso, la burguesía prácticamente monopoliza la creación de imagen pública sobre la cuestión social. Hasta hoy.

Tal vez el principal error de los sindicatos fue alinearse hace un año con el populismo de Zapatero

El interés de esa fase inicial del obrerismo no se limita a los aspectos citados, o a elementos anecdóticos. Cuenta la soledad en que se encontraron los tejedores, aislados por el atraso del resto del país, indicador de un desfase Cataluña-España destinado a durar. Y también el peso del cambio tecnológico, más dañino para el primer asociacionismo que la represión policial y patronal. La mecanización del sector textil acabó con el ímpetu igualitario de los tejedores en Cataluña, tal como sucedió en otros epicentros reivindicativos en Europa.

De hecho, la trayectoria general y los altibajos del sindicalismo responden a los cambios económicos, así como estos siguen la evolución de la tecnología y de las comunicaciones. La acumulación capitalista en la España neutral de la Gran Guerra impulsa el sindicalismo de masas, el auge reivindicativo previo a la radicalización de la posguerra, del mismo modo que la prolongada coyuntura alcista entre 1945 y 1970 hace posible la materialización del concepto de "ciudadanía social", mientras en el mundo desarrollado el proletario decimonónico cede paso a la figura del affluent worker, el trabajador opulento.

Fue también a partir de 1960 el tiempo en que bajo el signo de la contratación colectiva, aun privado de libertad y de voz y pagando un alto precio en cárcel y torturas, el sindicalismo español consiguió al mismo tiempo afirmar su presencia, mejorar sensiblemente la condición de vida de los trabajadores y plantear ante el conjunto de la sociedad la exigencia de la democracia. La supervivencia focalizada de UGT, y, de manera novedosa, la experiencia de Comisiones Obreras, definieron una etapa calificable de heroica olvidada por quienes ahora descalifican al sindicalismo. Además, el periodo se cierra cuando los Pactos de la Moncloa apuntalan la supervivencia de una frágil democracia.

Solo que desde la crisis de los 70 la reestructuración capitalista y la revolución tecnológica presiden la escena. En 1968-1969 se cierra la época de las grandes movilizaciones obreras iniciada en 1848. El proletariado de la revolución industrial desaparece. A la defensiva, el papel de los sindicatos se vuelve ingrato y sometido a la tentación del corporativismo. Antonio Gutiérrez podría contar muchas cosas de sus difíciles equilibrios, cuando frente al Gobierno socialista se vio forzado a declarar, unido a la UGT de Nicolás Redondo, cuatro huelgas generales.

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Hoy, la situación es todavía más dramática. Es un juego de pérdida segura y solo cabe minimizar el retroceso. Tal vez el principal error de los sindicatos consistió en alinearse hace un año con el populismo de Zapatero, quien prefería una huida hacia delante en vez de un concierto general de los agentes económicos e institucionales, siguiendo la pauta de los acuerdos de La Moncloa. Luego vino el volantazo de mayo y pagan los débiles, siempre sin un plan de conjunto. De cara a la huelga, UGT y CC OO tienen poco que ganar y son acusados de irresponsabilidad económica, de insolidarios ante los parados. Si fracasan es que, como me explicaba un amigo de Porcuna, dada la inseguridad presente, secundar la huelga pone en peligro el puesto de trabajo. Pero el fracaso de fondo no es suyo.

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