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Columna
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Dejación de funciones

Hay tácticas marrulleras y estrategias malintencionadas que encubren la desidia y el ventajismo en el debate público. La falta de escrúpulos no es virtud de la que uno pueda presumir, por más rendimientos concretos que arroje a corto plazo, aunque aparezca en la vida política con demasiada frecuencia. El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, por ejemplo, necesita comparecer en medio de un ambiente político irrespirable al último debate de política general de la legislatura para protegerse de los reproches de la oposición. Lo que resulta elocuente del nivel de degradación que ha llegado a acumular el poder valenciano a lo largo de los últimos años. Un poder que ha jibarizado el discurso público con generosas dosis de maniqueísmo.

La maniobra de distracción, con fieros ataques al portavoz de la oposición y grandes aspavientos en estos días previos al debate, esconde con dificultad las consecuencias de la irresponsabilidad y la incompetencia, los efectos devastadores de una manera de estar en el poder que exige cada vez más histrionismo. Tanto que a su voracidad se entregan asuntos que podrían unir a los valencianos alrededor de causas comunes y objetivos compartidos, mientras se abandonan con impunidad los esfuerzos para resolverlos. La financiación autonómica es uno de ellos. El nuevo sistema deja a la Generalitat infradotada en relación con otras comunidades autónomas, como reconoce un informe de la comisión de expertos que estima en 700 millones de euros anuales la minoración de los recursos por habitante. El problema es que el acuerdo del Consejo de Política Fiscal y Financiera es de julio del año pasado, la Ley Orgánica de Financiación de la Comunidades Autónomas, de diciembre, y el propio informe de los expertos, del pasado 14 de junio, aunque el vicepresidente económico lo presenta en las Cortes a finales de septiembre. No parece que se haya dado prisa el Consell en seguir las recomendaciones de los especialistas y pedir un consenso político y social en la materia. Hasta ahora ha estado tan ocupado machacando a Rodríguez Zapatero, exprimiendo el victimismo, que no ha sido capaz de trabajar con eficacia y algo de patriotismo a favor de ese objetivo.

Más obsceno es lo que ocurre con el proyecto de instalación de un almacén de residuos nucleares en Zarra. La pasividad del Gobierno de Camps ha sido de tal envergadura que ni todas las apelaciones retóricas del mundo a su "inequívoca" oposición pueden tapar una inacción negligente. Desde que el pasado mes de enero se hizo pública la candidatura de la localidad del Valle de Ayora-Cofrentes, la Administración autonómica y el PP valenciano se han hecho los longuis, a la espera de otra razón para acusar a Zapatero. Una razón que no ha llegado a cuajar porque el líder de los socialistas, Jorge Alarte, encendió in extremis algunas luces rojas en el tablero del Consejo de Ministros. La dejación de funciones es toda la estrategia que le queda a Camps. Que la maredeueta nos ampare.

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