El mártir
José Luis Rodríguez Zapatero se está convirtiendo en un personaje literariamente interesante, interés que va en progresión a medida de que su envergadura como líder de la izquierda se disuelve. Su comparecencia ante el alto tribunal financiero del Wall Street Journal, propiedad del magnate de la comunicación Rupert Murdoch -quien, para más inri de ZP, tiene como consejero a José María Aznar-, es todo un inicio de tercer acto de una ópera destinada a acabar mal para el tenor. No allí, sino en España.
Rendimiento de cuentas, arranque final de flamenco lirismo al afirmar ante sus jueces que la crisis va a terminar pronto... Qué tensos ingredientes para la salida por el foro de un tipo que es, posiblemente, la persona con mejores intenciones que llegó a la soledad de La Moncloa y, también, la que a más largos y peores momentos ha debido enfrentarse.
Zapatero había hecho los deberes para su examen ante los dueños de la economía mundial y, según la prensa conservadora y cabal, debemos estar satisfechos de él. Ha podido volver con la cabeza muy alta para poder inclinarla de inmediato, aquí, ante quienes esperan que la guillotina caiga pronto sobre su cogote.
No hace falta ser muy listo para intuir que en el libreto, además, fontaneros diversos de su propio bando culebrean por los pasillos para ver quién puede sustituir al hombre que ha cargado sobre sus espaldas con el peso de la traición a su militancia. Los trepas de guardia, maquinando alianzas con los poderes que intentan recuperar protagonismo en Moncloa; de otra parte, aquellos que quieren y deben y pueden salvar al PSOE de este baño de ignominia que el presidente ha decidido asumir solo.
¿Conoce ZP que, en estos días, su grandeza literaria proviene tanto de su inmolación como de su empecinada sordera?
La historia lo recordará. Si la historia es justa y no la escriben los vencedores.
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