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Columna
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Tierra de faraones

Las alegres perspectivas de empleo para esos cientos de operarios que construirán el vertedero de residuos nucleares, en Zarra casi seguro, evoca aquellos tiempos del antiguo Egipto recreados en la célebre película de Howard Hawks. Lo cierto es que una vez construido el templo mortuorio, toda la plantilla laboral acompañaba al faraón en su viaje hacia la finca de Osiris. Felicidades. Lo que sirve para un almacén temporal centralizado, desafortunado eufemismo para evitar el pánico, vale también para el cuarto carril de la autovía -que es el que precede al quinto-, para la ocupación de espacio público en las playas con chiringuitos sin ley, para las canteras que transforman paisajes en azulejos, y para toda la gama de urbanicidios perpetrados en Sodoma y Gomorra durante lustros de desenfreno. Como excusa para mitigar el paro, el vertedero nuclear tampoco parece muy convincente. Cosa distinta sería que los contratos duraran lo que los desechos que las corporaciones eléctricas, propietarias de las nucleares, se resisten a guardar en casa de sus principales accionistas, eso sí, con las acostumbradas medidas de seguridad. Contratos temporales que garantizarían la jubilación a los más longevos del lugar.

Ocurre que nadie desea esa clase de basura en el trastero de sus mansiones ni a la vuelta de la esquina. Para el turismo rural va a ser un reto seducir a la clientela con el cementerio atómico entre pinares y algarrobos, pero los publicistas van a ponerse las botas: "De Zarra al cielo", "Acérquese y no tema", "Chuletas a la brasa"... Como alguien tiene que sacrificarse, el resto de autonomías solidarias ya han dicho la suya y solo queda un sitio donde la letra del himno insiste en ofrendar nuevas glorias a España. En este caso, solares. Y los políticos de la parroquia también están a la altura, como se ha visto en la incoherente algarabía desatada tras anunciarse el gran sorteo. Otro fenómeno que explica la indiferencia de la ciudadanía respecto de los quehaceres del Parlamento autónomo. Ya que estamos, también de las Cortes Generales, visto el silencio de diputados y senadores sobre los sucesos en la demarcación por la que lograron escaño. Para catalanes, castellano-manchegos y resto del censo, quitarse de encima el siniestro almacén es una victoria social y cívica sin desgaste electoral añadido; entre tanto aquí, para esconder la sumisión y la ausencia de criterio, se improvisa un festejo donde nadie se avergüenza de proclamar lo contrario de lo que sostiene ¡El PP disfrazado de Greenpeace! Por lo demás, ya se sabe que las instalaciones nucleares son seguras. Harrisburg, en Pensilvania, lo fue hasta 1979 y Chernóbil no chamuscó a la vecindad hasta 1986. Hace tres años se cosechaban residuos como garbanzos en los exteriores de Ascó y el garito sigue abierto. Háganse cargo. Además, de algo hay que morirse.

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