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Columna
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Desempleo: la tierra baldía

Joaquín Estefanía

Como en el bellísimo poema de Eliot ("Abril, el más cruel entre los meses/ hace que nazcan lilas en la tierra muerta") la situación del desempleo en el mundo, después de tres años de crisis económica, semeja a la tierra baldía del Nobel de Literatura angloamericano. Hace tres lustros apareció en EL PAÍS una carta al director titulada "Estoy asustada", cuyo contenido se repetiría luego de modo genérico en muchas ocasiones, pero que entonces fue novedosa.

Decía así: "Estoy asustada. Soy mujer, soy española, tengo 27 años, soy licenciada en Derecho, tengo un máster de muchas horas y otros muchos cursos que me han ido formando y cualificando cada vez para más cosas; tengo un buen nivel de inglés y una demostrable experiencia cuasi profesional, ya que nunca me han hecho un contrato, sino que siempre he trabajado a través de convenios de colaboración para realizar prácticas, incluso sin remunerar. Ahora no tengo empleo, ni prácticas, ni nada; solo tengo ese perfil profesional que acabo de exponer y que seguramente corresponderá más o menos con el de muchos españoles/as de mi edad que, al igual que yo, están en paro; que, al igual que yo, están buscando un trabajo; que, al igual que yo, no lo encuentran y que, al igual que yo, están asustados (...) Estoy asustada porque ahora mismo ya no sé donde acudir, estoy desorientada en un entorno que no me da una solución; estoy asustada porque si estuviera segura de que esta situación va a ser transitoria, pues tendría toda la paciencia en espera de ese momento; pero es que a veces me pregunto si esta situación tiene alguna salida; a veces me veo a mí misma con cerca de 40 años, cargada de cursos, cursillos y cursetes, con un currículo de no te menees y buscando empleo todavía: ¡por favor! Necesito al menos tener esperanza e ilusión por mi futuro".

España está a la cabeza de la UE en paro, sobre todo juvenil, rotación de empleo y despidos

¿Qué habrá sido de aquella mujer que hoy tendrá 42 años? ¿Buscará un puesto de trabajo fijo todavía?; ¿se habrá desanimado?; ¿la habrán prejubilado de hecho, tras algún expediente de regulación de empleo? Entonces ya se hablaba de "generación perdida". España, en la crisis económica que arrancó a primeros de los noventa, tardó 13 años en tener tasas de desempleo semejantes a las de la media europea (7,95% de la población activa, en 2007) y ello a ritmos de crecimiento anuales muy superiores al 3%. El aún ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, declaró hace poco, con mucho voluntarismo, que se precisarán al menos cuatro años para volver a generar empleo para esos 2,7 millones de ciudadanos españoles que lo han perdido en los últimos años. En un último informe conjunto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) se dice que de los 30 millones de trabajos perdidos en el mundo, 15,3 millones corresponden a las economías desarrolladas y dos tercios de ellos a EE UU (7,5 millones de empleos destruidos) y a España (esos 2,7 millones). Así pues, España está en estos momentos a la cabeza del paro, de rotación de empleo (trabajo temporal), de los despidos en la Unión Europea y duplica su tasa de desempleo juvenil (del 21,4% al 40%). La crisis es dual: mientras los sondeos indican que en Europa o EE UU mucha gente cree que sus hijos vivirán peor que ellos, en los países emergentes la situación se ha invertido radicalmente. ¿Alguien percibe que una reforma laboral como la que se ha aprobado en nuestro país va a servir para volcar esta situación?

Generar los 30 millones de puestos perdidos en el mundo más los 45 millones de los jóvenes que cada año se incorporan al mercado de trabajo deviene en una prioridad política si se quiere evitar que la crisis económica devenga en una crisis social como la de otros tiempos. La propuesta de incorporar el empleo a los objetivos centrales del G-20 o a los estatutos de los bancos centrales (más allá de la inflación y de la supervisión bancaria) -como por ejemplo figuran en los de la Reserva Federal-, dará la medida de la voluntad para atajar un problema central de las democracias con la misma firmeza que hubo, por ejemplo, para evitar la implosión financiera de los años 2008 y 2009.

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