Rebeliones antiprogres
La preocupación alcanza incluso a Karl Rove, el brujo electoral de las victorias de George W. Bush al que se le están escapando sus diabólicas criaturas de la retorta. Rove, especialista en ganar elecciones mediante la polarización política, ha manifestado su desagrado con las victorias del Tea Party, el movimiento radical republicano que está arruinando a los candidatos oficiales en las primarias de numerosos Estados y dibujando a la vez la posibilidad de que la derrota demócrata en las elecciones legislativas de noviembre no sea tan amplia como pronosticaban inicialmente los sondeos.
No es muy original lo que está sucediendo en Estados Unidos, a pesar de que allí adopte el nombre de las revueltas antibritánicas contra los impuestos conocidas como Tea Party, que empezaron con el lanzamiento de un cargamento de té al mar en Boston en protesta por un aumento de los impuestos y terminaron conduciendo a la guerra de Independencia. Las peores fibras extremistas de las sociedades occidentales se han tensado en los últimos meses, tanto en Europa como en EE UU, ante los devastadores efectos de la crisis económica sobre el empleo, la inversión pública o el bienestar en general. En todas partes avanzan los ultras a caballo del antiprogresismo y el populismo, la antipolítica y la xenofobia, que se convierte en muchos casos directamente en islamofobia. Y donde no progresa la extrema derecha, como ocurrirá este domingo electoral en Suecia, son los propios Gobiernos los que metabolizan sus planteamientos y los convierten preventivamente en políticas propias para impedir que se le vayan los votos por el flanco ultraconservador.
El caso más flagrante es el de Sarkozy, con sus expulsiones masivas de gitanos rumanos, ordenadas mediante circulares que vulneran la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea y la libertad de circulación del mercado interior europeo. Encuestas en mano, el presidente francés no duda en agitar los sentimientos xenófobos con la vista puesta ya en su reelección en 2012, aun a costa de sembrar de nuevo la cizaña entre los europeos. En EE UU, en cambio, la pulsión extremista puede permitir que los demócratas salven los muebles en las elecciones de noviembre y que las previsibles dificultades de un Obama sin mayoría demócrata en el Congreso queden atemperadas gracias a los extremistas.
Las rebeliones antiprogres, al margen de sus efectos electorales, dividen y polarizan todavía más a las sociedades occidentales en un momento de crisis económica, cambio geopolítico y desplazamiento de poder hacia los países emergentes. A pesar de la arrogancia de sus militantes, son en el fondo un signo de división y por tanto de debilidad y decadencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.