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Columna
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Secretos

Esa discusión en la que los vecinos tienden sus vergüenzas en el patio de luces, igual que la colada, uno por esto y la otra por aquello; trapos que, en cualquier caso, preferirían no contemplar. Ese hombre trajeado con el que coinciden en el metro cada mañana, y que ameniza el trayecto a la oficina hurgando en su nariz, quizá por ahorrar a los árboles del mundo la tala y conversión en pañuelo de papel, en un ecologismo extremo que le honra. El primo antes gracioso -ahora miserable- que no aguarda al entierro para telefonear buscando un préstamo, herencia mediante, y apela a la sangre, que unas veces es lo que tira, otras lo que se derrama. El aspirante a un puesto de trabajo que pisa y aplasta a los demás, amigos incluidos, suministrando a los futuros jefes información que le beneficie a él. En cualquier caso, la información es poder: cazar un secreto, guardarlo fielmente, supondrá mañana un apoyo en una junta de vecinos, una cesión de asiento en el viaje de regreso, un gesto cómplice en las reuniones familiares o una rebajita en los servicios. Un cambio de cromos: tengo mi silencio, ¿qué me das tú?

La información es poder: cazar una confidencia, guardarla, supondrá mañana un apoyo

Tus secretos -los ajenos que guardas, claro; ¿quién se acusaría a sí mismo?- los recibirán gustosos en el Departamento de Fraudes del Canal de Isabel II, fascinante lugar que debe de parecerse al Departamento de Misterios del Ministerio de Magia que se le ocurrió a J. K. Rowling. Pienso en largos pasillos, estanterías hasta el techo, acometidas fotografiadas y reproducciones vía Google Maps de la zona a estudiar. El jefe del departamento, no del potteriano sino del de aquí, comenta que extraen su información a pie de calle: los datos no manan de la fuente de un CSI de tuberías, siempre atento a consumos alarmantes por su nulo compromiso con el cambio climático, sino de los soplones. Imaginemos al vecino harto de pagar recibos, con dificultades para alcanzar el fin de mes con holgura suficiente, y harto al mismo tiempo de contemplar cómo el vecino de al lado tira de enganche ilegal y se ahorra el gasto en agua. O imaginemos más, y retorzamos, y topémonos con un ex marido despechado que al firmar el divorcio recuerda todo lo que olvidó durante el matrimonio, esas pequeñas jugarretillas burocráticas que comentaban entre risas durante la sobremesa, y que hoy apunta en una libreta para no olvidar ni una. Todo esto permite encargar informes, averiguar la diferencia entre la verdad y la rabieta, y sancionar.

Porque la venganza se sirve fría, a la temperatura del agua que corre para aliviarnos sin pasar por el frigorífico: en Madrid y en Gran Bretaña. Que no suene a frase hecha, pues el Gobierno británico ya ultima una recompensa para chivatos: a quien atienda a su entorno, y delate los movimientos sospechosos, la Seguridad Social pagará el cinco por ciento de lo que se ahorre. ¿Nunca se preguntó para qué Zutanito, el del sexto, cruza el vestíbulo cada mañana a las ocho, si cobra el paro? ¿Por qué saber que Menganita, padece una extraña -e inexistente- dolencia por la que le ingresan una pensión cada mes? Si alguna vez pensó que ese espacio mental rendiría más y mejor dedicado a los cumpleaños de sus amigos o los productos más baratos en cada supermercado, no se preocupe: pronto señalar con el dedo, al menos en la campiña inglesa, saldrá rentable.

Rentable a nivel económico, por supuesto, con ese cinco por ciento que bendecirá a quien lo reciba cual maná celestial en tiempos de crisis. Y no sé si rentable en lo emocional, pero sí al menos con material para alimentar también lo peor de nosotros: la del segundo no nos saluda frente a los buzones, luego le caemos mal, entonces se va a enterar. Y maquinamos: se va a enterar porque bloquearemos su petición de instalar un ascensor para que su madre anciana salga a la calle y regrese sin olvidarse el hígado en el primer repecho, o nuestro perro se escapará y -nadie sabe cómo- evacuará en su alfombrilla, acentuando el relieve de "Welcome". ¿Por qué escribir al Departamento de Fraudes y explicar "mire usted, pero es que mi vecino les roba agua, por si les interesa la cosa"? ¿Qué mente calculadora, rigurosa con el bien común, obsesionada con el propio, decide emplear tiempo y el dinero del folio, el sobre y el sello en chivarse al Canal de Isabel II? ¿Firman con nombre y apellidos, consignan el remite? ¿Desempolvarán la máquina de escribir del abuelo, tirarán de ordenador? ¿Quizá una reunión familiar para decidir quién tiene la letra más bonita? ¿Un collage recortando cada letra del periódico del día? ¿Dormirán tranquilos pared con pared, verja compartida? ¿Dormiremos con miedo del vecino de al lado? Me permitirán que ante semejante panorama de intimidad todavía más cerrada, por si las moscas, no pueda evitar morirme un poco de miedo. ¿Me guardan el secreto?

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