El eterno peregrinar de la 'banda del chupete'
Desahucian de su piso de Alcorcón a la madre de El Rafita
La banda del chupete, como fue bautizada por la policía, la formaban seis hermanos que se criaron en una chabola de Las Mimbreras. No levantaban un palmo del suelo y pasaban aquellos días de finales de los noventa lanzando piedras contra los coches que circulaban por la autovía. Realojaron al clan en un piso de Leganés, donde sembraron el caos, y la Administración tuvo que buscarles de urgencia un piso en una avenida ancha y bien asfaltada de una ciudad vecina. Manuela Fernández, la matriarca, fue ayer desahuciada por impago de la casa en la que vivía y se puso así fin a la turbulenta historia de esta familia en el corazón de Alcorcón.
La familia, que ocupaba una vivienda del Ivima, arrastraba una deuda de 1.700 euros, según la Consejería de Medio Ambiente. Sus problemas de impago empezaron en 2003, pero no fue hasta diciembre de 2009 cuando la Comunidad de Madrid inició el procedimiento judicial que se ejecutó ayer por la mañana. Las autoridades judiciales se presentaron escoltadas por un buen número de policías, pero al llegar a la vivienda la encontraron vacía.
En el rellano del primero B, donde vivían, se podía leer: "Chivatos no"
El líder de la banda del chupete, según la policía, era un chico rubio, bien parecido, al que apodaban El Rafita. Él y sus cinco hermanos fueron detenidos decenas de veces por robos de coches, tirones de bolsos y agresiones. La Comunidad les retiró entonces a los padres la tutela de los más pequeños y Manuela, en 2002, se echó a la calle para protestar por la decisión: "Soy una persona normal y mis hijos no son gamberros ni delincuentes como ha dicho la policía. Alguno de ellos es un poco más complicado, pero que les acusen de todo lo que ocurre en el barrio me parece exagerado". Año y medio después, Rafael García Fernández, El Rafita, participó siendo apenas un crío en el martirio y asesinato de la joven getafense Sandra Palo.
Poco antes del mediodía, una comisión judicial llegó a la vivienda para ejecutar el desahucio. Un cerrajero cambió el pestillo y los trabajadores de una empresa de mudanzas se llevaron lo poco que había en el interior: cuatro colchones, dos somieres y un par de piezas de coche. La caldera, según los que han intervenido, estaba arrancada de cuajo, no quedaban bombillas en la vivienda y los cristales de las ventanas estaban rotos. En el rellano del primero B, donde vivían, se podía leer: "Chivatos, no".
Los vecinos del bloque, sentados en sillas de playa a un lado, observaban el trasiego de la comisión judicial: "Pobre familia, dónde van a ir ahora. ¿A una chabola?", se preguntaban. El Ivima, tras repararla, espera que en breve entre a vivir ahí otra familia.
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