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Columna
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¡Vaya primarias!

Las primarias norteamericanas han sido muy mencionadas en estos días para recordar a los socialistas españoles lo que son unas verdaderas primarias. Pero lo que el PSOE tiene aquí por tales se parece más a las elecciones de las juntas directivas de las sociedades culturales, recreativas o deportivas que al proceso de designación del candidato de un partido a unas elecciones municipales, autonómicas o generales. Aunque tal vez la comparación sea inadecuada: en los comicios de esas entidades privadas se suele hablar más de proyectos y menos de gabelas. Ahora bien, si ninguna sociedad es un fin en sí misma, un partido político lo es menos y, de tratarse de clubes privados, lo normal sería que sus arcas más honradas no se nutrieran de nuestros impuestos. Porque los partidos no tendrían que sernos ajenos, claro, pero a la hora de decidir, no sólo sobre sus candidatos sino sobre sus proyectos, es evidente que de nada valemos. Y en eso radica, sobre todo, el déficit democrático de las primarias socialistas españolas respecto de las norteamericanas: los ciudadanos afines a los partidos, demócratas o republicanos, tienen allí voz y voto en ellas. Además, el sistema norteamericano consiste en un debate abierto entre ciudadanos con proximidad ideológica, incorporando matices dentro de la pluralidad con que se aborda un programa en el que naturalmente se involucran actores sociales y líderes que llevan la voz de la confrontación y la discrepancia a las primarias, incluso de modo bronco a veces, pero sin que los personalismos sean lo más importante. ¿En qué se parece esto al juego de poderes internos que determina con frecuencia las primarias socialistas españolas? ¿Alcanza el mismo predominio el fulaneo del que se revisten no sólo las primarias de por aquí sino la vida de los partidos?

El sistema norteamericano es un debate abierto entre ciudadanos con proximidad ideológica

Es posible que, a pesar de todo, se den ciertas concomitancias, y que de los discursos de allí como de los de aquí el ciudadano obtenga información de las impurezas de la política, tantas, o de sus obscenidades, un asco, pero es evidente que, concernido por su derecho a apoyar a uno o a otro, tenga allí por útil la monserga previa. En cambio, a los españoles afines al PSM o al PSPV, que nada tienen que decir en las primarias, no les queda otra opción que solicitar a sus políticos que ya que le quitan horas a un debate sustancial sobre los problemas que les afectan dejen de dar la lata con lo suyo. Y no es lo menos a tener en cuenta que a mayor agitación en ese incompleto ejercicio de democracia, más satisfacción abunde en otras opciones políticas, como el PP, que resuelve los repartos de favores de modo más íntimo y secreto. Otra cosa sería que las primarias afectaran a todos los partidos, con un sistema electoral distinto y una Constitución menos obsoleta, pero estas de ahora no sólo sirven a los adversarios de los socialistas para gratificarse con la jaula de grillos en que pueda convertirse el PSPV, por ejemplo, sino incluso para maniobrar en la sombra al objeto de lograr la jaula de grillos que desean. Sobre todo en una Comunidad como la valenciana, que ha sido y es con frecuencia un buen mercado de compra-venta de voluntades, donde se da además un transfuguismo soterrado que también consiste a veces en el mero alquiler de almas. Y que se trata de un tipo de complicidades -colaboraciones secretas con rédito o conversiones a media- que no es nuevo. La traición casi nunca es obvia: se nutre de la ambigüedad. Así que las primarias, tal como los socialistas españoles se las plantean, pueden ser un filón de desestabilización para el que pueda desestabilizarlos y para desestabilizarse entre ellos mismos. Y en el caso de los socialistas valencianos están divididos al menos entre quienes les parece que se abusa de la denuncia implacable de la corrupción del PP en el Consell y los que creen que lo hecho por el PSPV en este asunto es poco. Pero la denuncia de la corrupción no sólo no es incompatible con la dedicación a un proyecto de sociedad moderna, sino que forma parte indisoluble de cualquier propósito de avance y progreso en medio de las inocencias eternamente presuntas.

Dicho lo dicho, hay lo que hay, y por este procedimiento que los socialistas han elegido con gusto, y en el que por cierto se recomienda a los valencianos evitar algunas escaramuzas de sus correligionarios madrileños, es legítimo que cualquiera de ellos aspire a ser candidato. El que busca el bien por su cuenta que vaya al cielo a quejarse...

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