Que todo sea como antes
Las alusiones a la salida de la crisis, el énfasis en los indicios de recuperación o las constantes miradas esperanzadas a los indicadores económicos más convencionales, demuestran que en el ánimo de muchas personas (incluyendo en ese universo a todos nuestros máximos dirigentes políticos y a buena parte de los analistas consagrados) se piensa en términos de paréntesis, de coyuntura a superar. Ese diagnóstico es claramente incorrecto. No estamos en un paréntesis, no atravesamos una mala coyuntura. Nada volverá a ser "como antes". La llamada "crisis" forma parte de algo mucho más estructural y definitivo que ha venido consolidándose en estos últimos años. Y más bien, lo que resulta ahora extraño e inusitado es precisamente la fase de gran expansión económica que vivimos en los años de cambio e inicio de siglo. La crisis y la previsible postcrisis es simplemente una forma de denominar el cambio de época al que deberemos acomodarnos. Hemos dejado atrás, como bien saben sobre todo los jóvenes, las mujeres y los inmigrantes, la época en que la gente tenía "un trabajo" durante su vida. Algo que les identificaba como personas. Un trabajo que se aprendía primero, y luego se ejercía sin cambios significativos. Un espacio laboral en el que los colegas no cambiaban de un día para otro, y que por tanto permitía que se desplegaran acciones colectivas para mejorar salarios, horarios, disponer de vacaciones y asegurar prestaciones ante riesgos y vulnerabilidades. Las personas tienen hoy trayectorias vitales menos definidas y fijadas de antemano. Para bien y para mal. Se ha democratizado el riesgo, aunque siguen siendo más vulnerables los que menos recursos formativos, familiares o sociales tienen. Las redes familiares siguen siendo significativas, pero se han ido haciendo menos fiables, más frágiles. Los que nos rodean son cada vez más diversos y son más heterogéneas sus opciones vitales, sexuales, religiosas,...
No estamos en un paréntesis, no atravesamos una mala coyuntura. Nada volverá a ser "como antes"
Estamos ya en un mundo en el que Internet no es simplemente una "nueva tecnología de información y comunicación". Internet sustenta otra forma de vivir, de trabajar, relacionarse, de aprender y de enseñar, de luchar o defenderse, de ser. Pero esa nueva vida no está al alcance de todos, y esa fractura (económica, formativa, de edad o de residencia) va generando grietas y fricciones entre los que están y los que no han llegado. Todo siempre, todo inmediato. Las nuevas expresiones de trabajo e información lo llenan todo. Acceso libre no quiere decir acceso gratis, pero todos deberemos entender que la base de la nueva época es un valor, la información, que no se agota cuando alguien tiene acceso a ello. Y cuya producción es más amplia y cuya reproducción es inmediata y casi sin costes. Más relaciones entre las personas, más soledad y aislamiento. Más movilidad que nunca, más deseo de enraizamiento. Más información, pero también más caos y confusión.
El modelo social europeo, al que accedimos tardíamente, se nos escapa de entre las manos. Nos sentimos atacados. Expresamos temor ante el futuro. Pero la seguridad tan fatigosamente conseguida no regresará. Seremos más libres, más autónomos, más capaces de ser lo que queramos, pero también viajaremos por la vida más solos, con menos lazos. Aprenderemos a trabajar de más cosas y durante más tiempo, pero podremos quizás diversificar y combinar obligación y devoción. Nos faltará la familia, pero la construiremos y reconstruiremos más a nuestro modo. Seguimos hablando de desarrollo y de crecimiento, pero deberemos acostumbrarnos a otro desarrollo, a otro crecimiento.
La campaña política en Cataluña se presenta con viejos mimbres y con los latiguillos de siempre. La crisis lo domina todo, pero los remedios que se nos proponen están basados en el "que todo sea como antes". ¿Cataluña independiente, federal, autonómica o constitucional? Pero, ¿para qué? Los temores, las inseguridades, generan conservadurismo. Se buscan culpables. Políticos e inmigrantes están en primera línea de fuego. Necesitamos valentía para explicar que nada será igual, y que la culpa no la tienen ni los que dicen decidir, pero que de hecho hacen lo que pueden, ni mucho menos los que han venido de fuera.
Joan Subirats es director del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la UAB.
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