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Columna
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Sin perdón

En tiempos apolillados, a esto que hacemos ahora, regresar en septiembre, la gente fina lo llamaba la rentrée. Cabía pensar en estrenos teatrales y cinematográficos, en conciertos, en fiestas de gala y presentaciones en sociedad de las nenas casaderas, en paripés orquestados en torno a los Camps del momento. Tiempos apolillados, ya decía.

Pero no finitos.

Me siento autorizada, pues, a calificar de rentrée también a esto. Los mineros chilenos atrapados, como espectáculo a lo El gran carnaval -se admiten apuestas: ¿cuánto durará la atención de la platea?- y como excusa para que la NASA instale allí sus cositas. Esos pobres varones explotados por las mafias de la prostitución a viagrazo limpio, qué pesadilla: esclavitud sexual como en tiempos de Calígula, solo que como esta vez son chicos hay que recurrir a la química. A ellas basta con tumbarlas a hostias.

Y en cuanto a la política, qué quieren que les cuente. Veo un futuro en el que la niña de Rajoy contraerá nupcias con el Miguelito de la Coixet. Y tendrán un Aznarín.

Aparentemente, algo bueno: Fidel Castro ha pedido una especie de perdón por la limpieza de homosexuales que desencadenó aquella revolución que se hizo hace 50 años con un par, y en donde todos y todas los tenían muy bien puestos. Ya sé que la situación en Cuba se ha normalizado legalmente, al menos en lo que respecta al amor entre iguales. Pero mira tú, chico, yo no perdono. Que me pidan perdón, sea la Iglesia por la Inquisición, lo de Galileo Galilei o la falla en la que ardió Miguel Servet: no lo otorgo. Que me pidan perdón por el franquismo y el posfranquismo: no lo concedo.

No me da la gana perdonar. No perdono esta rentrée de polillas y parásitos, de inútiles y de saqueadores, del abandono vergonzante de tierras quemadas y vidas diezmadas (Irak), de pogromos de gitanos y de indiferencia generalizada.

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