Tremendo Igor Anton
Gran triunfo del vasco en un imponente repecho final en el que Sastre cedió minuto y medio
Decía Sastre en el Tour, y lo repitió en la Vuelta, que, de seguir el calor, la carrera se decidiría por eliminación. Dado que la última vez que lo dijo la Vuelta aún andaba por la Costa del Sol, muchos pensaron que el asceta abulense se refería a los varios ciclistas ingleses, yanquis y anglosajones en general que, como despreocupados guiris sedientos de bronce, se pasaban el día al sol, colorando de rojo su piel, y la noche con el aire acondicionado a 18 grados tiritando en la habitación. Unos cuantos de ellos han abandonado y otros han sufrido como perros por las interminables cuestas, decorado de geometría monacal, olivos resecos, olor intenso a aceite, de la Andalucía interior, en los que la Vuelta los está metiendo estos días.
Visto, sin embargo, lo que ocurrió ayer en el puertecillo áspero de segunda que daba entrada al final del repecho increíble -500 metros verticales por las estrechas calles de un pueblo pegado a una montaña- de meta, también se podría pensar que Sastre hablaba de sí mismo. Bastó con que el Katiusha, el equipo de Purito Rodríguez, se pusiera serio; que Caruso, Pozzato y Karpets aceleraran el ritmo para que la entrada en el embudo de Valdepeñas, a apenas 10 kilómetros, se efectuara con limpieza, para que Sastre, en la cuarta etapa de su tercera grande del año, dijera hasta aquí he llegado. En la meta perdió 1m 34s, menos que Andy Schleck por lo menos, pero cedió, quizá temporalmente, el liderato del equipo a Tondo en lo que podría ser un relevo generacional si no fuera porque Tondo, debutante en la Vuelta, tiene ya 31 años.
Tondo conocía la llegada, la emboscada final como decían en el pelotón en la salida, pues por allí se estuvo entrenando unos días con su amigo Rodríguez. También la conocía Igor Anton, que fue el que mejor provecho sacó de su conocimiento, pues le permitió actuar con maestría, frialdad y cálculo en los momentos clave para lograr que sus piernas, de acero y también dinamita, le permitieran dejar atrás a todos.
"Como todos decían que esta llegada estaba hecha para mí, se han quedado a mi rueda y solo se han dedicado a marcarme", se quejaba Purito, víctima de su fama de rompemuros. Tenía cierta razón. Su equipo, Karpets, un galgo, había controlado perfectamente los ataques de los del Caisse d'Épargne, Luis León y Urán, liebres que marcaban la distancia. Después ocurrió lo contrario que en la última Flecha Valona, donde el ataque tempranero de Anton sirvió de lanzadera a Contador, Purito y Evans, que le rebasaron a 150 metros en el muro de Huy.
Ayer fue Purito la lanzadera de Anton y también de Nibali, quien, día a día, se reafirma delante. Nibali piensa en ganar la Vuelta y también Purito y Menchov y Fränk Schleck, menos hambrientos de entrada. No así Anton pese a mostrarse como el hombre más en forma del momento y ser un escalador magnífico. "Jo, si todavía no he ganado ni una vuelta pequeña", dijo, superlativo. "No lo descartaría, pero lo veo dificilísimo y lejanísimo", concluyó el vasco.
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