Señoritas y purasangres
Muammar el Gaddafi ha vuelto a Roma para celebrar el segundo aniversario del Tratado de Amistad. En él, Italia se comprometió con Libia a compensar sus excesos coloniales con la inversión de unos 3.500 millones de euros en el país africano durante 20 años. Lo que hay detrás de esa iniciativa no son más que inversiones, ventas y contratos. De hecho, buena parte de esa compensación terminará en las empresas italianas que construyen autopistas en la Gran República Árabe Libia Popular y Socialista, tal como se denomina de manera oficial. Gaddafi llegó en un Airbus 340, bajó las escalerillas del avión flanqueado por dos de sus célebres amazonas, se subió a una limusina blanca que lo esperaba en la pista. Y arrancó: el show acababa de empezar.
En el número siguiente, Gaddafi no fue muy original. Repitió lo que ya hizo durante su anterior visita a Roma para una conferencia de la FAO, aun cuando entonces fuera muy criticado. Reclutó a 500 señoritas a través de una agencia de azafatas, todas ellas de más de 1,65 metros de altura, y las reunió el domingo junto a un grupo de muchachos para cantarles las excelencias del islam. Las chicas cobraron entre 70 y 100 euros y fueron vestidas de manera recatada: nada de minifaldas ni de escotes. Y de esa guisa escucharon cómo el líder libio clamó para que Europa se convirtiera. Tan convincente debió de resultar que tres de ellas abrazaron allí mismo la religión de Alá. El líder libio, encantado, repitió ayer ante 200 damas.
La gran novedad de este viaje, sin embargo, es otra. Gaddafi ha transportado en dos aviones especiales a 30 purasangres de raza bereber con sus respectivos jinetes, que ayer participaron en una exhibición con los caballos de los carabineros en el cuartel de estos de Tor di Quinto.
Claro que la oposición italiana se ha puesto hecha una furia porque Berlusconi le permita semejantes excesos a Gaddafi. Pero las cosas en Libia tienen otro peso. Lo recordaba hace poco María Jesús Orbegozo, en una entrevista en que hablaba de su militancia antifranquista. Era trotskista y, cuando vivía en Roma, la enviaron a hablar con el embajador de Libia poco después de que Gaddafi tomara el poder. "Llegué, le solté el rollo de las revoluciones de los pueblos, él me escuchó muy serio. Cuando terminé me dijo: '¿Quedamos esta noche a cenar y a bailar?".
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