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tipos de interés

EL TRUHÁN

Toni García

No es fácil ser un truhán, no basta con desearlo. Cierto es que en algunos casos es un trabajo puramente vocacional, cuando uno se empeña en pasar por la vida pisando todo lo pisable, incluyendo algunas cabezas. Ahora bien, en otras ocasiones ser un truhán es un arte, una manera distinta de acumular amigos/as a los que más pronto o más tarde acabarás traicionando, simplemente porque toca. En este país no tenemos la elegancia del truhán italiano, ni la clase del francés, ni siquiera el encanto del profesional griego o -en última instancia- del que hoy nos ocupa: el truhán británico.

Este último acostumbra a vestir traje, hablar con la chequera, manejar la lengua como si fuera un látigo y sonreír con la suficiencia que proporciona la ausencia de moral. Moral, esa palabreja que siempre se convierte en la última excusa de los cobardes.

Stephen Jory falsificó en los noventa más de 50 millones de libras
Le condenaron a 10 años de cárcel que cumplió sin rechistar tras admitir su culpa

Pero hablemos de este personaje inglés, adorable y despiadado a partes iguales. Un truhán con todas las letras. Él fue el tipo capaz de timar a toda una nación sin perder nunca la compostura. Su nombre es Stephen Jory, y en su delirante autobiografía, Funny money, cuenta como durante los años noventa fue capaz de falsificar más de 50 millones de libras y ponerlas en circulación. Eso significa que dos tercios de todo el dinero falsificado que circulaba por Reino Unido había salido de la imprenta de Jory. De hecho, el truhán no necesitaba nada más, con eso tenía más que suficiente: su imprenta y un trabajo bien hecho.

Los problemas para Jory llegaron después, aunque leyendo su libro se perciben ciertos tintes novelescos que convierten la supuesta realidad que el inglés relata en un asunto completamente disparatado: Jory cuenta, por ejemplo, cómo fue perseguido por dos rusos llamados Boris y Karloff. Gracioso, no cabe duda, pero altamente sospechoso. Además afirma que le atacaron con sierras mecánicas, bisturíes, bates de béisbol, pistolas y una completa gama de palos de golf, pese a lo cual conservó ambos brazos y fue capaz de escribir de ello a modo de chiste.

Y aquí llega la diferencia. Finalmente la justicia británica le puso encima la mano al buen truhán y le condenó a 10 años de cárcel, que este cumplió religiosamente, además de admitir públicamente que su culpabilidad. Una especie de "me lo merezco" retroactivo.

En España el truhán es una especie distinta, de mirada aguileña, andares quejosos y aspecto confuso. Además a la variedad local hay que añadirle un atributo nuevo: la invulnerabilidad. No importa lo que haga o diga, no importa la cuantía o la gravedad de la ofensa, no importan las víctimas o los daños causados. ¿Remordimientos? Ni hablar. ¿Vergüenza? No, por supuesto. ¿Escarnio público? Jamás. El truhán nacional ni siquiera necesita disimular: así es como llega uno a ser portavoz de una comisión de justicia, bastión de los empresarios o ministro (no diremos de qué). Y por supuesto, nada de cárcel, eso es para los que roban poco y se declaran culpables. Como reza el dicho: al enemigo ni agua, y el enemigo -no hace falta aclararlo- es usted.

Stephen Jory, con algunas de sus libras falsas.
Stephen Jory, con algunas de sus libras falsas.

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