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me cago en mis viejos III

VEINTIDÓS

Empiezo a sacar de la biblioteca pública las novelas de las que habla el profe en clase y me meto en ellas como un gusano dentro de un queso, abriendo galerías en su interior, atravesando a ciegas los párrafos, las frases, las hojas, los capítulos. Son novelas tocho, contadas por narradores invisibles, tipos que ven lo que sucede, y lo relatan, pero que no intervienen en ello. Algunas de estas historias resultan duras de roer, pero todas terminan ablandándose ante la combinación de violencia mandibular y saliva ácida empleada por este gusano lector en el que me he convertido. Si mi viejo me viera, se quedaría tieso.

Al mediodía, tapiño algo en el McDonald's o en el kebab y doy una vuelta por los alrededores de Zahara, buscando a Lucifer e intentando provocar los síntomas que me hicieron invisible. Imagino qué haré cuando lo logre, convencido como estoy de que no es más que una cuestión de tiempo. Luego bajo al subte y me acerco al cole de mi puto sobrino, para seguirlo a escondidas hasta que llega sano y salvo a la casa de mi hermana. En esto, un día se acercan al crío, en plan malote, dos chavales de su edad y le piden el plumas. El crío, que es un cagueta, se lo da sin rechistar y sigue su camino sorbiéndose los mocos. Yo espero a los cacos, que vienen en mi dirección partiéndose la caja de la risa, les doy un par de hostias, les birlo el plumas y corro para alcanzar a mi sobrino.

Más información
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay

Cuando intento devolvérselo, me mira conteniendo las lágrimas y dice que me lo meta por el culo. Y deja de seguirme, añade, que no eres invisible. Pues yo creía que sí, digo yo. Pues no, dice él. Lo sigo aún un par de calles, con el plumas en la mano, suponiendo que terminará ablandándose, pero, al contrario, se va endureciendo. Me siento como un imbécil detrás del niño de los cojones. Además, la basca empieza a mirarme raro, así que digo que te den, y me doy la vuelta. Al poco, oigo que me llama. ¿Qué quieres?, digo. Que sepas, dice él, que el pez que se llamaba como tú se ha muerto. ¿Se ha muerto o lo has matado, como a Dedo?, digo yo. Eso a ti no te importa, dice él, y sigue con dos cojones su camino.

Ilustración de Me gaco en mis viejos III: Veintidós
Ilustración de Me gaco en mis viejos III: VeintidósEDUARDO ESTRADA

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