Ser o no ser... inversor
El riesgo que uno está dispuesto a asumir marca la diferencia
Osgood Fielding III, el multimillonario y simpático anciano de la película Con faldas y a lo loco de Billy Wilder, lo tenía claro. "Nadie es perfecto", le dice a Daphne (interpretada por Jack Lemmon) cuando esta, después de mil excusas para rechazar su propuesta de matrimonio, le confiesa que realmente es un hombre.
En otro contexto completamente distinto del filmado por Wilder, en el del mundo inversor, la misma frase también es válida. Ningún producto financiero es en sí mismo perfecto y, por tanto, adecuado para todos: no es lo mismo tener 35 que 60 años; no es igual pretender recuperar el dinero al cabo de unos meses que pensar en mantenerlo años; no se parece en nada invertir un pequeño porcentaje del patrimonio que todo el dinero con el que se cuenta; es bien diferente estar dispuesto a asumir pérdidas a, en ningún caso, aceptar esta posibilidad; la situación cambia radicalmente si se está o no familiarizado con el mundo financiero... Por todo ello, antes de lanzarse al ruedo de la inversión, hay que tener claro quién se es realmente en este terreno y qué se pretende. Incluso antes de llegar a dar este paso es importante reconocer en uno mismo si se es un ahorrador o un inversor.
El Banco de España hace pasar un test para suscribir algunos productos
Rentabilidades pasadas no garantizan que se repitan en el futuro
El Banco de España establece una división meridiana entre las personas en función de su aversión al riesgo. "Invertir no es lo mismo que ahorrar. Ahorrar es no gastar el dinero para poder acumularlo, siendo recomendable depositarlo en algún producto financiero diseñado para tal fin que le proporcionará intereses.
Invertir, en cambio, significa arriesgar parte de ese dinero con la esperanza de ganar más a cambio. Puede ganar mucho, pero también puede no ganar nada e, incluso, puede perder todo el dinero invertido. La diferencia entre ahorrar e invertir es precisamente esa incertidumbre o riesgo, mayor o menor según el producto", explica el supervisor bancario presidido por Miguel Ángel Fernández Ordóñez.
Para los ahorradores ahí están los depósitos a plazo, las cuentas de alta remuneración, las libretas de ahorro vivienda... En principio, con estos productos no se pierde capital (el Fondo de Garantía de Depósitos cubre 100.000 euros por titular y entidad), se obtienen intereses (fijos, aunque habitualmente no llegan a cubrir la inflación), el dinero invertido en ellos se puede disponer con facilidad...
Si se ha decidido a invertir, el siguiente punto a definir es el objetivo que se desea alcanzar. El motivo por el cual se toma esta decisión. Es conveniente acotar las pretensiones en importe y tiempo y ser realista. En lugar de plantearse "contar con dinero suficiente para cambiarme de casa"; especificar, por ejemplo, "necesitaré 120.000 euros en cuatro años"; en vez de "poder pagar a mi hijo un curso escolar en el extranjero", "precisaré de 10.000 euros cuando cumpla los 18 años"; apostar por un "capital en torno a los 200.000 euros a los 65 años" y no por "garantizarme una buena jubilación".
Con estas precisiones en la mano, toca hacer examen de conciencia financiero: dar con el perfil de riesgo. Básicamente se trata de definir claramente la tolerancia al riesgo a la hora de elegir inversiones. Debe ser un perfil de riesgo "actual", es decir, que se corresponda con la situación personal (años, hijos a cargo...), económica (situación laboral, ingresos recurrentes, ahorros disponibles...), financiera (deudas vigentes, patrimonio...) y temporal (tiempo previsto) del momento.
No tiene sentido definirse como "agresivo" si no se está dispuesto a perder capital; ni como "conservador" y pretender obtener una rentabilidad del 20% anual... Puede no ser una tarea sencilla. En cualquier intermediario financiero (o incluso a través de Internet) se pueden encontrar test al respecto. De hecho, en la actualidad y para suscribir determinados productos financieros es obligatorio (normativa MiFID) rellenar el correspondiente cuestionario.
Entre las preguntas a responder se encuentran las siguientes: ¿Cómo evalúa sus conocimientos sobre productos y mercados financieros? ¿Cuál es su nivel de experiencia y conocimiento como inversor sobre instrumentos financieros? ¿En qué tipo de activos financieros ha invertido? ¿Cuántas operaciones bursátiles ha realizado en los últimos meses? ¿Qué parte de pérdidas está dispuesto a asumir? ¿Qué porcentaje de su patrimonio financiero puede invertir en activos de alto riesgo? ¿Necesitará liquidez a corto plazo?...
Llega el momento de elegir la inversión. Vuelta al principio. Ningún producto financiero es perfecto. Y, sobre todo, no lo es si no se entiende. El Banco de España insiste. "Tómese su tiempo y compare alternativas. Nunca invierta en productos que no entienda. Si no los comprende no podrá saber si son adecuados para su perfil. Solo destine a la inversión el excedente entre sus ingresos y sus gastos comunes. Invierta para el largo plazo. Sepa mantener el rumbo y no se distraiga con las variaciones diarias. Compare bien las tarifas y comisiones de cada entidad. Evite las modas y los gurús de turno, así como la toma de decisiones emotivas. No persiga los éxitos de ayer...".
Las rentabilidades históricas no son ninguna garantía de rentabilidad futura. Nadie sabe lo que harán los mercados. Si alguien le ofrece una inversión "demasiado buena para ser verdad", lo más probable es que no sea verdad. "Nunca confíe en desconocidos que le ofrecen consejos no solicitados sobre inversiones. No se fíe de la publicidad. Tenga en cuenta que los mensajes publicitarios se centran solo en los aspectos positivos de un producto, nunca en los inconvenientes. Es imprescindible consultar la información oficial del producto", insiste el supervisor.
Con todas estas matizaciones, en su mano tiene una amplia gama de productos. Los hay, en terminología MiFID (siglas en inglés de la Directiva de la Unión Europea en materia de Mercados de Instrumentos Financieros), desde no sujetos a esta norma (se presuponen más sencillos y con menos riesgo), no complejos (relativamente fáciles de entender, pero no por ello exentos de riesgo) y complejos (teóricamente destinados a quienes poseen conocimientos y son conscientes de que la rentabilidad tiene un precio: el riesgo que se asume). -
Clases de activos
- Productos no MiFID
Cuentas corrientes.
Libretas de ahorro a la vista.
Imposiciones a plazo fijo.
Depósitos a plazo fijo.
Depósitos a plazo de rendimiento variable con capital garantizado.
Planes de pensiones.
Seguros de ahorro.
- Productos MiFID no complejos
Acciones.
Pagarés, deuda pública.
Fondos de inversión y Sicav.
Cédulas hipotecarias.
- Productos MiFID complejos
Deuda subordinada.
Participaciones preferentes.
Hedge funds.
Derivados.
Contratos atípicos.
Seguros de cambio.
Opciones sobre divisas.
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