Un olé puro por los elegantes
Farruquito revalida su título como príncipe del baile
¡Olé! ¡Qué guapo te has puesto! ¡Toma que toma! ¡El que vale, vale! Farruquito fue vitoreado anoche por un público entusiasmado en los Veranos de la Villa. Como ya es habitual con este artista, se colgó el cartel de no hay entradas. Las 1.200 butacas (a precios de 30, 25 y 18 euros) de los Jardines de Sabatini lucían repletas de un público en el que destacaban grandes tacones, mucho brillo y mucha melena negra al viento. A la entrada, El Cigala, acompañado de su mujer y sus hijos, se hacia fotos con sus admiradoras mientras numerosas personas buscaban entradas en una reventa que parecía no funcionar.
Presentó Puro, el espectáculo con el que Juan Manuel Fernández Montoya (Sevilla, 1982) regresó a los escenarios hace un par de años, tras salir en libertad condicional, y que ha paseado por medio mundo. Se le nota contento. Más relajado y abierto. Bastante más que cuando estrenó el espectáculo con toda la atención mediática pendiente de sus movimientos. Ahora, cumplida su condena por atropello, Farruquito siente que de nuevo se le juzga como el bailaor que es cuando sube al escenario. Anoche, en el corazón del Madrid de los Austrias, con el Palacio Real a su espalda, revalidó su título como príncipe del baile.
Su endiablada rapidez y cadencia de taconeo son como un suspiro
La fragua marca el cambio de palo. Un Manuel Molina, de blanco inmaculado, con barba y en trance poético, abre el espectáculo. En el escenario le acompañan 14 artistas, entre cantaores, guitarristas, percusión, violín y piano. Farruquito se presenta rodeado de artistas, pero a él se le ve lo justo. Mucho flamenco coral del bueno y hueco para todos. Brillaron las cantaoras y Manuel Molina se metió al público en el bolsillo con su voz rota y con frases como "para bailar por seguiriyas hay que ser de pura sangre" o "me puse a buscar un amigo y como no lo encontraba qué agusto me siento conmigo".
Sus elegantes movimientos, su endiablada rapidez y cadencia de taconeo y su intensidad interpretativa se sienten como un suspiro. Vestido por Victorio y Lucchino, a base de chaquetas ceñidas y pañuelos al cuello, Farruquito baila con el pelo suelto desgranando jondura a cada paso. "Para bailar necesito buscar en mi interior; en el escenario, mi cuerpo se mueve solo. Para bailar por soleás, antes me paro a escuchar para llenarme, cuando me veo en los vídeos me sorprende verme tan quieto. Siempre entro tarde, pero es que me gusta esperar que sea verdad. Sé que hacer eso resulta peligroso, pero de lo contrario no me divertiría, me aburriría bailando. Nunca hago nada por quedar bien", aseguró en una entrevista.
Como artista, muchos aficionados no dudan en calificarle como el Camarón del baile. También a él le llaman "príncipe". Desde luego, calidad tiene a raudales y, como Camarón, cuenta con el apoyo incondicional de un nutrido grupo del pueblo gitano que, a falta de reivindicaciones sociales y de otra cultura referencial, elige a su líderes de entre el mundo del flamenco. El escogido ahora se llama Farruquito.
En Sevilla, el mes que viene, estrena Sonería, su nuevo espectáculo, dentro de la Bienal de Flamenco, dedicado "a la música caribeña y el mestizaje". Lo contaba ayer por la tarde Farru, su hermano menor, que le sustituyó en la prueba de sonido mientras el bailaor se relajaba, recién llegado a Madrid. Sonería nació en el malecón de La Habana, en un encuentro con soneros que acabó con las primeras luces del día y con el intercambio de camisetas.
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