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Columna
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Miedo a ser distinto

La sanción impuesta a algunas txosnas ha provocado en Bilbao el cierre de filas de la coordinadora Bilboko Konpartsak, pero el conflicto no es local. En Euskadi todo es política, en este caso política en su versión más profunda. Sorprende la uniformidad con que las comparsas afrontan el debate y cómo la disidencia de unos pocos desencadenó en cuestión de horas la monolítica puntualización de la coordinadora "oficial" y la adhesión a la posición "oficial" por parte de la no menos "oficial" dirección de la comparsa a la que pertenecían los disidentes.

El fetiche discursivo del modelo "popular y participativo" intenta erigirse en intérprete del espíritu de la fiesta, un espíritu al que se alude de forma casi mitológica. Lo "participativo" se transforma en una herramienta para que minorías privadas aspiren a controlar lo que es de todos. Por su parte, lo "popular" pretende ser una imposible tercera vía entre lo público y lo privado, una vía que sirve, paradójicamente, para que agentes particulares se crean con derecho a interpretar el interés público a su antojo. Lo "popular" y lo "participativo" pretenden perpetuar una visión tribal, gregaria, antiindividualista y, a la postre, profundamente reaccionaria de la sociedad humana. Es una visión colectivizadora que reniega del criterio individual y del contraste de opiniones, que persigue una interpretación sin fisuras de la realidad y la adhesión incondicional a algo prefijado. El monolitismo comparsero proscribe la disidencia pública, se refugia en la legitimidad histórica y apela a una hipotética voluntad comunitaria.

Esa visión degradante de la condición ciudadana resulta difícil de sostener en el contexto de una democracia liberal, por eso se manipula el adjetivo "popular", intentando una operación de prestidigitación política: presuntos defensores de lo público, del espacio público y del interés público, comprueban, con rencor, que la voluntad del pueblo deposita la gestión de ese espacio y la defensa de ese interés en otras manos. De modo que su iniciativa, estrictamente privada, se disfraza de "popular" para atribuirse una mayor legitimidad en la apropiación de lo que es de todos. No es algo nuevo en la historia: un colectivo se constituye en poder fáctico y procura que la gestión de los asuntos públicos se pliegue a su interés.

Los detentadores de cierto modelo "participativo" desprecian olímpicamente formas de participar en la fiesta que no sean la suya. Están en su derecho, pero el chantaje de "lo popular" no puede servir para que monopolicen la Aste Nagusia. El Ayuntamiento, legítimo gestor del espacio público y legítimo defensor del interés general, no debe permitir que ningún interés privado, ninguna visión particular de la vida o de la fiesta, por muy "popular" que se imagine, se apropie de lo que pertenece a todo el pueblo de Bilbao.

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