Cien años de esplendor en el Casino
El edificio del club social madrileño, uno de los más elegantes de la capital, cumple un siglo en la céntrica sede de la calle de Alcalá
El centenario de la Gran Vía enluce el gemelo cumpleaños del palacio que alberga el Casino de Madrid. Situado a un latido de la Puerta del Sol y a dos pasos de la arteria aorta madrileña, celebra este año en la calle de Alcalá, 15, su primer siglo. Es Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento desde 1992. Unas 15.000 personas de la élite española -espadones incluidos- han pertenecido desde 1836 a la veterana institución madrileña. Hasta 1987 no se asoció al Casino ninguna mujer: Emmanuela Gambini, arquitecta, fue la primera.
El Casino es semejante en su concepto al de un club inglés, aunque sin aposento para sus socios; se ve singularizado por un confort francés decorado en suntuosa clave italiana. Se trata de uno de los edificios más bellos de la ciudad, por fuera y por dentro.
El concurso que en 1903 convocó a los mejores arquitectos quedó desierto
José Espronceda y el Marqués de Salamanca fueron socios
En septiembre de 1910, el Casino, fundado 74 años antes por próceres de la aristocracia, la alta burguesía profesional y del mundo de las letras madrileñas, se trasladó al flamante palacio de Alcalá, 15, de recientísima hechura. Venía del frontero edificio de La Equitativa que hasta entonces el Casino ocupaba. Es el mismo que alojó la sede de Banesto, hoy desierto y singularizado por un inconfundible chaflán cuyo remate cobrizo se asemeja al mástil de proa de un bajel turco.
Tras la convocatoria de un concurso internacional en 1903, el jurado generó una encendida polémica tras incitar a los mejores arquitectos de la época. Así, concurrieron entre otros los franceses Guillaume Tronchet y L. Fargé; el belga Boonen; más los españoles Sainz de los Terreros, Saldaña, Gómez-Acebo, Martínez Ángel, Carrasco-Muñoz, Joaquín Otamendi y Antonio Palacios Remilo, autores estos del futuro Palacio de Comunicaciones. Pero, sorprendentemente, el premio fue declarado desierto, sin que las bases previeran tal desenlace. La polémica cruzó los Pirineos para encontrar en Francia amplio eco. El jurado madrileño, al que se acusaba de desdeñar a los alarifes nacionales, consultó a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y decidió encomendar al francés L. Fargé un proyecto sintético, que aunara lo mejor de cada plan presentado.
La dificultad más grande consistía en superar la estrechez del solar, con fachadas de apenas 30 metros, a dos calles, Alcalá y Aduana, con una entrada para caballerías hasta una suntuosa escalinata interior.
El jurado optó por otorgar la ejecución de la obra a José López Sallaberry. Empeñó cinco años en erigirlo, sin cobrar nada a cambio: se guió por su espíritu de socio del Casino, como lo habían sido José de Espronceda, Ventura de la Vega, el Marqués de Salamanca o el conde de Malladas, verdadero impulsor del concurso. Con el tiempo, el Casino regalaría a Sallaberry un extraordinario reloj cuajado de diamantes, en reconocimiento a su desinteresada entrega.
Frente a las previsiones iniciales, que cifraron en dos millones y medio de pesetas -unos 12.000 euros de hoy- el precio de la construcción, el edificio costó seis millones y medio. El diferencial se cubrió con una emisión de obligaciones hipotecarias realizada con éxito por el Banco Urquijo.
Un concienzudo estudio del documentalista Miguel Ángel Ramírez Carrasco corrobora que esa excelsa fachada a la calle de Alcalá -singularizada por una bellísima loggia columnada- y sus estancias interiores fueron resultado de una feliz mixtura de ideas, proyectos y propuestas cosechada de entre todas las soluciones de los concursantes. Así, el proyecto resultante integraba la apuesta de Antonio Palacios por la circulación interior con portal lateral; la ornamentación de los arquitectos franceses; la secuencia de huecos y vanos de la fachada de Gómez-Acebo; y la ascensionalidad de Martínez Ángel. "La clave del éxito del edificio del Casino", dice el documentalista Ramírez Carrasco, "es la articulación estética de la arquitectura externa con la ornamentación interna". Su conjunción está tan trabada que fachada e interiores se complementan, pero conservan su plenitud expresiva, como muestran la loggia de la fachada y la soberbia escalinata de tres cuerpos que, desde una suerte de cour d'honeur abalconada, asciende hasta la segunda planta con un majestuoso tempo escénico.
La decoración del Casino de Madrid muestra delicadeza en detalles como las carpinterías, incluso en la grifería o en los pomos de las ventanas, donde cabe hallar liras esculpidas en latón que jalonan el cierre de cada cancela. Pero su esplendor culmina en el Salón de Baile. Posee una suntuosidad que ha permitido rodar recientemente, y con tierra de albero sobre su parqué, un anuncio publicitario del automovilista Fernando Alonso, improvisado jinete sobre alazán árabe.
Manuel Benedito, Fernando Álvarez de Sotomayor, Anselmo Miguel Nieto y Julio Romero de Torres decoraron esta pieza sublime, abierta por una exedra columnada, techada con vitrales de 252 paneles polícromos de Maumejean y sesgada por cristalinas arañas que penden de plafones pintados por genios como Emilio Sala. Las dependencias se ven jalonadas por bustos de Mariano Benlliure o Mateo Inurria, retratos áulicos de Kaulak o cuadros ingenuos de Amalia Avia. Sus estancias recuerdan el refinado gusto de lo más granado de la sociedad madrileña.
Durante la guerra civil el Casino de Madrid fue hospital de sangre de Izquierda Republicana. Hasta nueve bombas disparadas por las baterías franquistas cayeron sobre su cubierta.
La biblioteca es gemela de la del Senado de Madrid. Fundida en metal por Asins en 1890, biselada con siluetas doradas y rematada con pináculos góticos, alberga 40.000 volúmenes, alguno del siglo XVI.
La cuota mensual del Casino es hoy de 70 euros e incluye la asociación del cónyuge. Piscina con oleaje de ocho por ocho metros; fitness; gimnasio; tres mesas de billar grand match, más dos restaurantes -uno de ellos regido por Paco Roncero- y un campo de golf en Alalpardo completan su oferta, en una atmósfera que permite aspirar, evocadoramente, aromas de un pasado blasonado en clave altoburguesa.
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