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Crítica:LIBROS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El backgammon de la vida

No sería inoportuna la comparación de un tablero de backgammon con Olive Kitteridge, la nueva entrega de la estadounidense Elizabeth Strout (Portland, Maine, 1956) a quien ya conocíamos aquí por su primera y hasta el momento única novela, Amy e Isabelle (Muchnik 2001). En Crosby, la población en que se ambientan los trece cuentos que integran el nuevo volumen, los personajes se mueven como fichas independientes pero interrelacionadas, objetos por igual del azar y de la estrategia, cuyo objetivo es sin duda común: sobrevivir y llegar al final sin ocupar en ningún momento las casillas pertenecientes a los demás. "A veces, como en ese momento, Olive cobraba conciencia de con qué desesperación se esforzaban todas las personas del mundo por conseguir lo que necesitaban. Para la mayoría, era seguridad, en el mar de horror en que la vida se convertía cada vez más. La gente creía que la clave era el amor, y quizá lo fuera" (página 256).

Olive Kitteridge

Elizabeth Strout

Traducción de Rosa Pérez Pérez

El Aleph. Barcelona, 2010

324 páginas. 20 euros

Podría resultar engañoso el título del libro -ya a estas alturas Premio Pulitzer 2009 y flamante Premio de los Libreros de Cataluña y también de los de Italia-: Olive Kitteridge es la antigua maestra de matemáticas de Crosby, que ha impartido la asignatura a varias generaciones, y que conoce a la mayor parte de los habitantes del lugar y sus vidas. Funciona, es verdad, como nexo de las distintas historias que se presentan, aunque a veces de un modo algo forzado, de refilón, casi como para justificar el título y dar al volumen la apariencia de una novela, cosa que a todas luces no es. Esta sería la única y ligera objeción a este espectacular desfile de personajes que por su plasticidad nos catapulta de forma inevitable al mundo cinematográfico y, más concretamente, a películas sobre el desencanto, el coraje y el desconcierto como American Beauty, Little Miss Sunshine o Happiness.

Dejando al margen el tema de la pertenencia a un género u otro, asunto que en última instancia poco puede influir en el disfrute de la lectura, los trece cuentos de Olive Kitteridge constituyen sin duda un mundo literariamente autónomo y bien estibado que aporta al lector una experiencia de la que no puede salir indiferente. Un lenguaje acerado, no exento de humor e ironía, sirven a la autora para dibujar con acierto y profundidad la red de relaciones que se establece en una pequeña comunidad cuyos miembros trazan trayectorias que tarde o temprano acaban por cruzarse. El uso de la tercera persona procura a la voz narrativa la distancia suficiente como para observar a sus personajes con la frialdad de un taxonomista y la empatía de un psicólogo; ello sin perder un cierto grado de objetividad, a veces despiadado que, además, le permite narrar en ocasiones una misma anécdota desde dos o más puntos de vista. Añadamos a esta riqueza el hecho de que, ocasionalmente, la narración se focaliza en la mirada de la señora Kitteridge, una antiheroína inolvidable, un ser que consigue hacerse cercano a pesar de su carácter rígido, de su nada agraciada apariencia física y de su incapacidad para percibir los sentimientos de sus seres más cercanos.

Emparentada con el estilo a la vez poético y preciso de Carson McCullers o Flannery O'Connor o, si nos referimos a la actualidad, con la acidez impía de Lorrie Moore o A. M. Homes, la autora disecciona en este mosaico impecable los hilos casi siempre asfixiantes de un lugar en que la existencia de los demás es la frontera de la propia.

Como es natural en un libro de cuentos, no hay un argumento que nos lleve de principio a final, pero hay, en cambio, una atmósfera homogénea, un clima en el que se recrea con fidelidad esa mezcla de pequeñas miserias y conmovedoras grandezas que acompañan siempre el desconcierto de las acciones humanas. Desfilan por Olive Kitteridge jóvenes que desean la muerte, adolescentes rebeldes, hijos despechados, viudas que se preguntan acerca del sentido de su vida, personas mayores que se ilusionan por la posibilidad de un nuevo amor, muertes súbitas, matrimonios que perduran gracias a la inercia, soledades dolorosas, violencias injustificadas, un conjunto de seres singulares que, a la vez, se erigen en verdaderos arquetipos que no olvidan ninguno de los tópicos con los que muchas veces relacionamos la sociedad estadounidense (psicoanálisis, obesidad o anorexia, sectas religiosas, droga, el sueño americano, entre otros).

Es rara y compleja la vida, parece declarar Strout, pero más raro y admirable es tener la valentía de seguir vivo en un tablero cuyo final, tras el implacable paso del tiempo, es para todos el mismo e inevitable. Los cuentos de Strout nos muestran esa verdad gracias a su indudable pericia para convertir detalles ínfimos, frutos de una envidiable capacidad de observación, en espejo de lo universal.

La escritora Elizabeth Strout.
La escritora Elizabeth Strout.REUTERS

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