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una de piratas
Columna
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CUERVOS

La manzana debió caer a plomo: después de abrirle la cabeza, a Newton se le ocurrió aquella ley de acción y reacción que Jorge Drexler hermosea con ese "cada uno da lo que recibe, y luego recibe lo que da" -que así, fuera de contexto, no acaba de sonar bien-. Esa manzana revolucionó la ciencia, pero además dio a Newton otra idea menos conocida. A raíz del episodio frutal invirtió en la Compañía de los Mares del Sur, equivalente del XVIII a lo de Seseña con El Pocero. Y perdió hasta los calzones en esa edición isabelina de una burbuja que reaparece puntualmente cada 10 años desde hace siglos. "Puedo predecir el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de las gentes", se excusó Newton. La coartada recuerda a la de Greenspan, uno de los padres del manzanazo económico reciente: "No puedo entender cómo pasó".

Los golpes en la cabeza pueden dejar secuelas serias. Newton acabó cambiando la física por la alquimia, después se pasó a las finanzas y acabó su vida obsesionado con la religión. Al cabo, la Iglesia siempre tuvo una extraña relación con el método científico; que se lo digan a Galileo. Y con el dinero: se le exime de pagar algunos impuestos, se lleva parte de la recaudación de Hacienda (España es un Estado aconfesional, y un periódico siempre es independiente, tralarí tralará). Érase una vez unos mercaderes que fueron expulsados del templo, ¡una Iglesia que condenaba al infierno a quienes cobraban intereses! Y colorín colorado: el Vaticano debió pensar que no era para tanto y acabó creando su propia banca, bien conectada con la mafia, que se vio envuelta en un escándalo sonado y quebró en 1982, dejando un reguero de muertes en extrañas circunstancias.

Hay un caso menos peliculero, pero más próximo. Cajasur estuvo dirigida durante 30 años por el cura Castillejo: un cuervo megalómano, amante del lujo y de la buena mesa -apodado fray langostino-, que hizo y deshizo mientras la jerarquía eclesiástica le apoyaba o miraba hacia otro lado (deporte olímpico entre los obispos con los pecadillos de los suyos). Metió a la caja en un agujero mediante operaciones sospechosas o directamente sucias. Y se jubiló hace poco con una pensión vitalicia de 250.000 euros anuales que heredarán sus hermanas. Ahora preside su fundación, con sede en un palacete que le cedió el constructor Sandokán, imputado en la Operación Malaya. Y se ha ido de rositas del último expediente del Banco de España. En fin, la Iglesia, ese ideal admirable en tantas cosas; ese negocio infecto, plagado de manzanas podridas, preñadas de gusanos.

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