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me cago en mis viejos III

Diecisiete

Vuelvo a Zahara todos los días, a ver si tropiezo de nuevo con Lucifer y me entero de si le he vendido o no le he vendido el alma, coño. No aparece. Vigilo durante horas también, desde la acera de enfrente, el portal de su oficina. Nada, se ha volatilizado el hijoputa. O me observa desde otra ventana, desde otro edificio, quizá desde otro cuerpo. Si es el diablo, podrá meterse donde le salga, digo yo. Empiezo a fijarme en los tíos con traje azul y corbata, para ver si detecto en ellos algo raro, pero creo que son ellos los que ven en mí algo que no les gusta. Cuando a uno se le va la chola, ¿se da cuenta de que se le ha ido la chola? A ratos, me ataca la idea de estar fichado por toda la basca que trabaja en Gran Vía, pasma incluida. Me conocen en la Fnac, en El Corte Inglés, en Zahara, en Mango, en la Casa del Libro, en la tienda de Telefónica (donde curran, por cierto, unas pibas muy chulas)... Y es que, excepto para seguir a mi sobrino del cole a casa y de casa al cole, ya no me muevo prácticamente de esta calle. Conozco cada uno de sus rincones, cada uno de sus portales, cada una de sus cafeterías o bares, cada uno de sus indigentes. Si me volviera un pordiosero, que es para lo que estoy haciendo oposiciones, ya sé dónde tengo que colocar mis cajas de cartón y dónde conseguirlas. He pasado horas observando cómo se lo montan los pobres de la zona. Todos pirados, por cierto.

He pasado horas observando cómo se lo montan los pobres de la zona
Más información
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay

Así que estoy observando desde la acera de enfrente las ventanas del edificio donde supuestamente curra Lucifer, cuando me parece distinguirlo en una del primer piso. Se encuentra de pie, en mangas de camisa, vigilando los movimientos de la calle mientras fuma como un actor de cine al que estuvieran grabando. Me pongo a tiro y comienzo a hacerle señas con los brazos para llamar su atención. En una de esas, saca la mano derecha del bolsillo y me hace un gesto como de que le espere donde estoy. Luego desaparece de la ventana y yo cruzo la calle y me acerco al portal del que teóricamente debería salir.

Estoy cagado de miedo, pero, a lo hecho, pecho, que diría mi viejo.

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EDUARDO ESTRADA

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