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Ni contigo ni sin ti
Columna
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ESE DÍA

Carlos E. Cué

Las personas normales, que diría Rajoy, somos muy previsibles. Cuando nos preguntan cuál es nuestro día más importante, contestamos rápido: mi matrimonio, mi divorcio, mi primer piso, mi primera vez, el nacimiento de mis hijos. Yo, que no llevo ni un mes de padre, se pueden imaginar... Pero los políticos tienen un día D distinto, al que vuelven una y otra vez, obsesivamente.

Toda la política madrileña, en explosión estos días, gira en torno a un día, el 7 de julio de 2003, San Fermín. Asustado por las encuestas que daban a Trinidad Jiménez posible ganadora en el ayuntamiento de Madrid, Aznar llamó a La Moncloa a Gallardón, entonces presidente de la Comunidad. No le dio opción: debía ir al Ayuntamiento, una bajada de categoría. Le preguntó por su sustituto y Gallardón apostó por Esperanza Aguirre. Qué ojo, ¿no? El alcalde ha vuelto a ese día miles de veces, como los futbolistas que sueñan una y otra vez que marcan ese penalti clave que fallaron. En privado, Aznar explicó después por qué hizo ese giro. "Si viajas por el mundo y dices que eres alcalde de Madrid, todos te entienden. Si dices que eres presidente de la Comunidad, tardas media hora en explicarlo. No podía permitir que el PP perdiera la capital. Es un símbolo".

Eduardo Zaplana también tiene su día, ese 9 de julio de 2002 en el que, siendo presidente valenciano, Aznar le llamó para anunciarle que sería ministro. Zaplana tenía tantas ganas que ni preguntó de qué. Él también propuso a su sustituto: "Paco Camps, es muy fiel". Aún se estará arrepintiendo. En la mejor tradición estalinista, Camps quiso que Zaplana desapareciera, y hasta vetó su imagen en Canal 9. Los periodistas hacían malabares para sacarlo de los planos.

Artur Mas siempre vuelve al 21 de enero de 2006, cuando estuvo en La Moncloa con Zapatero pactando el Estatut. A cambio, le prometió que gobernaría en Cataluña si CiU era el partido más votado. No cumplió, y desde entonces Mas anda mascando su venganza.

Zapatero también recuerda, para bien, un 25 de junio de 2004 en León. En un sótano lúgubre del Hostal San Marcos, ante decenas de militantes, unos pocos periodistas becarios -yo entre ellos- y el veterano Gonzalo López Alba, presentó una candidatura para secretario general del PSOE en la que solo creían él y José Blanco, que invitaba a unas cañitas contra el escepticismo.

Con alegría o como tortura, Tomás Gómez siempre volverá al día, ese 5 de agosto de 2010, en que se presentó en La Moncloa para decirle que no al ahora todopoderoso Zapatero, que él estaba dispuesto a morir con honor o matar con dolor en unas primarias.

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