Maestro de la honradez
Fui alumno de Alfonso Pérez Sánchez en la Complutense en unos de los primeros cursos de la recién creada especialidad de Historia del Arte. Posiblemente no fui de los mejores alumnos. Pero sí fui, casi de inmediato, nada más conocernos, un gran amigo suyo. Creo que con él, y otros compañeros de aquel curso del 73, formamos algo que ya la Universidad no tiene, no sé si para bien o mal: un grupo de alumnos alrededor de un maestro, con todo lo que conllevaba: viajes a visitar yacimientos, catedrales, museos; tertulias en su casa hasta altas horas; nos enseñó a oír música, y, en lo que a mí respecta, a amar el teatro. En todos sus géneros. Y a todos, algo fundamental: la honradez en un trabajo lleno de tentaciones.
Él me dio todas las pautas precisas de cómo poner las bases e impulsar el funcionamiento de lo que habría de ser el Museo Nacional del Teatro, que defendió con más pasión que yo en el Ministerio de Cultura y desde su puesto en la dirección del Prado. Y él fue el responsable absoluto de las primeras adquisiciones. Sus consejos, en momentos de dificultad administrativa y política, fueron fundamentales: no ceder jamás a la presión o los caprichos de ministros o directores generales. El museo era más importante que todos ellos.
Sus conferencias, sus publicaciones, sus exposiciones -admirables todas- y, sobre todo, su saber, han dado a este país los mejores especialistas en Historia del Arte Español. Incluido el estudio de las Artes Escénicas. Del que me siento dependiente.
Se ha marchado tras una larga, injusta y temprana enfermedad. Siempre sentí que no pudiera ver la nueva sede del Museo Nacional del Teatro. Que tantos han visitado pero que quien más razón tenía para sentirlo como obra propia, no lo ha hecho. Es un final malo de comedia.
Andrés Peláez es director del Museo Nacional del Teatro.
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