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Columna
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Gómez contra Jiménez

Tomás Gómez tiene cara de pena. No es ni mucho menos un tipo triste y su tendencia es a sonreír, pero tiene de natural un gesto lastimero, como si pidiera disculpas por existir. El destino ha querido que ese gesto suyo sea el apropiado para afrontar la actual circunstancia en la que el secretario general de los socialistas madrileños ha echado el órdago de su vida. Trabajador tenaz y deportista, este consumidor de cervezas sin, coca-colas light y té verde parece impregnado del carácter calvinista de su Holanda natal. Un punto cuadriculado que le ha restado cintura para driblar a sus rivales políticos o sortear las adversidades mediáticas. Para lo bueno y para lo malo, Gómez está considerado un hombre de piñón fijo. Y con ese piñón en la cadena aguantó en Moncloa como un ciclista escalando el Tourmalet las dos horas más largas de su vida. Las que Zapatero empleó en tratar de convencerle para que no presentara su candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid en favor de Trinidad Jiménez.

En las últimas semanas Gómez ha logrado más portadas y foco mediático que en tres años

Puedo imaginar el sentimiento de frustración del que un día fuera el alcalde más votado de España. Puedo imaginarle tratando de convencer al que hasta ahora fue su héroe del trabajo realizado en tres años al frente de una federación que encontró como la cubierta de un barco pirata. Puedo imaginar su impotencia viendo resbalar sus logros, propuestas y argumentos sin que nada calara en la piel de Zapatero, impermeabilizada por el marketing. Puedo hasta imaginar el apretón de manos de la despedida menos prieto que el del saludo.

Es verdad que Trinidad Jiménez es a priori mejor candidata que Tomás Gómez. Es atractiva, impetuosa y cálida. El suyo es un discurso vibrante y le sonríe la cara. Por si fuera poco, viene de realizar una buena gestión al frente del Ministerio de Sanidad. Pudo estrellarse, recién estrenada como ministra, con la gripe A y recogió halagos hasta de la oposición por convenir la prevención con los consejeros autonómicos sin mirar su color político. Es de las mejor tratadas por la encuesta del CIS y, según las encuestas de Ferraz, que solo Ferraz maneja, tiene más posibilidades de ganar a Esperanza Aguirre que Tomás Gómez.

Así, el Partido Socialista de Madrid y toda su militancia se ven abocados a un debate a corazón partido para determinar qué ha de pesar en la elección de sus candidatos. Si lo prioritario es su gancho en las urnas o el trabajo constante. Si estamos ante un salto de pértiga o una carrera de fondo. Hay razones en las dos partes.

El Partido Popular arrebató Madrid a la izquierda manteniendo con insistencia a unos candidatos que al principio parecían flojos y terminaron siendo imbatibles. Es algo que no hizo bien Trinidad Jiménez. Se marchó del Ayuntamiento de Madrid y ese será su punto flaco en las primarias de octubre. En cambio, la debilidad de Tomás Gómez es que aún no le ubica mi madre. En los tres años al frente del partido en Madrid ha trabajado más hacia adentro que para afuera. Es verdad que en el partido había mucha tarea, pero, en los tiempos que corren, un candidato ha de forjarse de cara a la ciudadanía con más empeño y sofisticación del empleado por Gómez en estos años. Lo cierto es que hasta ahora el nivel de conocimiento de Tomás Gómez era raquítico. Apenas le paraban por la calle no porque despreciaran su labor, sino porque no sabían quién era. Esta circunstancia es la que está cambiando ahora gracias paradójicamente a la adversidad de la dirección federal. En las tres últimas semanas Gómez ha logrado más portadas y foco mediático que en tres años. Empieza a ser conocido como el tipo que le planta cara a Zapatero, y el señor presidente no está precisamente en horas altas.

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El proceso de primarias permitirá a la oposición airear el fantasma de la división interna, pero obtiene unos réditos impagables en términos de atención informativa para ambos contendientes. El pulso de Tomás Gómez y Trinidad Jiménez no es un mal negocio para el socialismo madrileño.

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