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Me cago en mis viejos III

TRECE

Recupero la visibilidad un cuarto de hora más tarde, cuando empieza a atacarme la angustia de quedarme así para siempre. A lo primero, como ha quedado dicho, lloro a moco tendido sin que nadie repare en mí (cómo, si no me ven). Mientras lloro, me arrepiento de mi vida, de toda ella, desde el puto instante en el que vine al mundo. Me arrepiento del pez que asesiné en mi infancia, de no haber estudiado, de los disgustos que he dado a mis viejos, de los porros y las birras que me he metido, de las pajas que me hecho, de lo mal que he tratado a mi hermana, del ejemplo de mierda que he dado a mi sobrino, me arrepiento de Dedo, de haberme ido de casa (o de que me hayan echado, no sé), de haber escrito Me cago en mis viejos I y Me cago en mis viejos II. Mientras me arrepiento y lloro, camino por la acera, pues me he levantado para comprobar que soy capaz de hacer todos los movimientos de cuando era visible. Y puedo, aunque me siento extraño, como si tuviera que realizar un esfuerzo especial para no separarme del suelo. Quizá pueda volar, pero me faltan huevos para hacer la prueba. Terminado el repaso de mi vida, me juro que si regreso al mundo de la gente visible, pediré perdón y enderezaré mi existencia, como me decía mi vieja en su correo.

Me veo las manos, he dejado de ser una ilusión, he vuelto a la realidad
Más información
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay

Entonces me empiezo a materializar por los zapatos, que de repente pesan como el hierro. Enseguida aparece el resto del cuerpo, primero como una gelatina temblona; luego, como un volumen opaco. La desmaterialización fue más lenta, o tardé más en percibirla, no sé. Me veo las manos y los brazos al llevármelos delante de los ojos, he dejado de ser una ilusión, he vuelto a la realidad. Tengo la cara llena de mocos y de lágrimas que me limpio con las manos y con la manga de la cazadora (no llevo un puto trozo de papel higiénico en el bolsillo). Noto algunas miradas raras, porque no es normal que alguien que no estaba aparezca en un ¡zas! delante de tus ojos. Pero, ahora que lo pienso, eso nos ha ocurrido a todos alguna vez, aunque solemos atribuirlo a un despiste propio. No voy a clase, necesito calmarme, estar solo, así que bajo al subte y vuelvo al chabolo con el rabo entre las piernas.

EDUARDO ESTRADA

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