De las huelgas perfectas
Parece que este verano causan furor en nuestras carreteras y aeropuertos las huelgas encubiertas, que son aquellas que se practican con la cara cubierta para evitar molestias en el bolsillo del huelguista. Podría llamarse la huelga perfecta, por lo completa.
Y es que, para qué vas a plantear una huelga de verdad cuando puedes conseguir lo mismo haciéndola de manera solapada y sin perder un euro ni días de cotización ni cualquier otro derecho añadido.
La mejor huelga, la que se perpetra en horario laboral o fuera de servicio sin causa justificada. También están las meras amenazas de huelga, que penden como espadas de Damocles sobre nuestras cabezas con un efecto conseguidor muy superior al de una huelga propiamente dicha. Son atajos con los que presionar al empleador, público o privado, sin que se resienta la cartera. A la vista de tanta sutileza, una realidad se hace evidente: el lazarillo y el buscón siguen muy vivos en esta piel de toro.
Solo recordar a nuestros pilluelos amigos que nuestra Constitución reconoce el derecho a la huelga, pero que nada dice de un derecho a la holganza cobrando; y también que algunos estaríamos encantados si tanto ingenio y talento se dirigiera a buscar, y patentar, la fórmula filosofal de producir sin trabajar o de generar riqueza sin invertir.
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