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ni contigo ni sin ti
Columna
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MUDOS

Carlos E. Cué

Seguro que están hartos de escuchar a los políticos. Tendrán la sensación de que hablan demasiado. Pero, ¿cuántos son los que aparecen? Muy pocos, poquísimos. En este mundo sobrevive una auténtica legión de mudos. "Ese es de los de ni una mala palabra, ni una buena acción", les ridiculizan sus colegas. Un político joven se lamenta: "Veo a tipos sentados a mi lado en el Congreso que llevan años en esto y jamás han dicho nada. La gente no sabe ni qué voz tienen. Y esos, precisamente esos, son los que más posibilidades tienen de aguantar. Porque, claro, ni molestan ni meten nunca la pata".

"En la era de Google, cuando cualquier cosa que digas podrá ser encontrada por siempre, el futuro pertenece a aquellos que no dejan huellas". La frase es de Thomas L. Friedman, columnista estrella de The New York Times. La usaba para criticar el despido de la gran especialista de CNN en Oriente Próximo Octavia Nasr, pero valdría para nuestros políticos mudos. Después de 20 años en la cadena y múltiples premios, echaron a Nasr por un twitt (120 caracteres) en el que lamentaba la muerte de Fadlallah, un dirigente de Hezbolá que ella valora por su defensa de las mujeres en el islam.

Algunos políticos sueñan con pasar desapercibidos. Hay quienes, para alabarles, dicen: "Es muy discreto, sin hacer ruido consigue lo que quiere". Será por mi oficio, pero a mí me gustan los que hacen ruido, provocan debate, sorprenden. Si usted quiere un trabajo discreto, métase a espía, digo yo.

Los nuestros en general no son muy propensos al riesgo. Y menos a jugarse su puesto. Pero el sistema tampoco ayuda. En seis años de presidente, Zapatero solo ha tenido que contestar una vez preguntas sorpresa de diputados de a pie. No fue en España, donde el reglamento del Congreso lo impide, sino en el Parlamento Europeo. A Zapatero le cayeron varias, algunas con muy mala leche, como debe ser, que para eso manda.

Aquí es imposible. A veces, en medio de una de esas grandes broncas que animan las tardes del Congreso, un diputado pide la palabra. Silencio, expectación, algo rompe la rutina. ¿Qué querrá? ¿Contará algo que nadie sabe? ¿Una idea nueva? No, no, eso está prohibido. "Ese señor de enfrente me ha insultado". Ah, vale, entonces sí puedes hablar. Por alusiones, lo llaman. Por pataleo, deberían decir. Para todo lo demás, tu jefe habla por ti. Tú estás ahí para aplaudir y votar lo que te digan. Y ojito si se te ocurre discrepar, que ya sabes cómo acaban estas cosas...

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