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Columna
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El presidente y el fraile

Se quejaba Feijóo de que la Real Academia Galega recurriera el decreto por el que el gallego va a ser desplazado del aprendizaje infantil, entre otros aprendizajes, sobre todo en villas y ciudades, y se refería de alguna forma al carácter partidario de la institución y/o de sus miembros, que no sé exactamente los términos en que se refirió a esto, y es difícil deducirlo con precisión de la prensa del día.

Pero me llamó la atención la escasa consideración de este hombre a las ideas y consejos de los especialistas, como si esto de la lengua de Galicia fuese un antojo intolerable de minorías radicales o particularmente maníacas u obsesivas, y que lo realmente consistente fuesen las opiniones de los que consideran que el futuro del idioma es algo menor y que Galicia puede permitirse el lujo de perderlo.

Dejar en exclusiva a la izquierda y el nacionalismo la defensa de la lengua es un disparate

Hemos pasado unos largos meses intentando decirle al presidente de la Xunta muchas cosas al respecto, y todas ellas parecían atendibles y bien fundadas, cosas de interés que nacían y nacen del amor a una tierra y de la misma ciencia interdisciplinar de las cosas humanas, tanto en la estricta versión empírica de las ciencias sociales como en la sabiduría de las humanidades.

Nada de esto pareció afectar a este hombre, conmovido sin duda por razones más políticas (apoyos políticos no muy santos para ningún demócrata convencido y saneado) que científicas, patrióticas o humanísticas. Los políticos, por tanto, y en este sentido restringido, son otros. Aquí se lucha por defender un patrimonio extraordinario, como es una lengua, y se lucha por defenderlo de una forma adecuada y eficiente, no de cualquier manera, porque de cualquier manera no es posible.

Hemos explicado mil veces las razones de nuestras razones, y no he visto, oído o leído nada que pueda oponérsele seriamente. No son razones políticas, aunque cada uno pueda tener razones políticas para hacer esto y mil cosas más. La democracia no penaliza las ideas políticas. Dejar en exclusiva a la izquierda y/o al nacionalismo la defensa eficiente y convincente de la lengua es un disparate que quizá el señor Feijóo tenga oportunidad de valorar en los próximos años y lustros.

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Estas cosas, tarde o temprano, pasan su factura cívica, y se acabará culpando a la derecha gallega de esa pérdida y de otras muchas. Quizá es un absurdo que esto ocurra, porque ni Feijóo ni el PP gobernarán eternamente, y el turno de vuelta de los ahora opositores ha de pasar por una más clara y decidida restauración de nuestra lengua propia, y por el recordatorio de lo que se ha pretendido hacer con ella y del grado de deterioro al que se ha llegado.

Esa conciencia hacia la lengua existe, está ahí, la podemos palpar crecientemente y algún día, más pronto que tarde, se hará aún mayor y ocupará el ánimo de los gallegos recuperar su lengua y su dignidad como pueblo, dignidad unida gravemente a su lengua histórica y propia. Esa es la realidad ante nosotros mismos y ante los demás, los que nos miran atentos desde tantos lugares que conozco bien y que observan con cierto pasmo, y te lo dicen, lo que está ocurriendo con la lengua nacional de Galicia, nacionalidad histórica hasta extremos que el señor Feijóo, probablemente, ignora, si hemos de atender a lo que de él leemos que dice. Es probable, también, que eso sólo sea el efecto reduccionista de la prensa y que conozca bien nuestra historia y los entresijos de nuestra lengua, como así debe ser siendo nuestro presidente, nada menos que nuestro presidente, no cualquier mindundi, que dicen en el Foro en el que vivo habitualmente, dura selva, por cierto.

Y para venir de esa selva citada, en la que el mero hecho de sobrevivir justifica cualquier cosa (por cierto, si piensa en establecerse allí algún día, como dicen algunos, deje lo de nuestra lengua en buenas manos, que seguro que también las hay en su partido), aún conservo alguna sensibilidad hacia mi país de origen y, por lo que voy coligiendo, esa sensibilidad ya es algo común a los gallegos de la diáspora, no tanto a los gallegos de la tierra, divididos, ahora si, por unas supuestas ideas políticas que no son más que excusas suyas, señor presidente, para no poner en marcha el proceso de recuperación de nuestra lengua. Desearía equivocarme. A lo peor a usted le parezco un radical o algo parecido, pero a la señora Adosinda, que regenta mercería en un pueblo al que visito y que lee mis artículos, le parezco un blando: "Non lles das a caña que merecen co do galego, rapaciño, que pareces un frade". Un frade, exactamente.

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