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Columna
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Árido futuro

La diferencia entre un león ante el antílope y un empresario de áridos, es que la primera fiera solo se da el festín cuando el hambre aprieta y la segunda actúa como si todo el monte fuese orégano. Cuando depredar forma parte de la naturaleza de la especie, está de más adornar la tarea con ficciones como desarrollo sostenible u otras licencias poéticas. Ni el desarrollo es sostenible en un planeta con recursos finitos, ni la poesía es un arma cargada de futuro considerando el arsenal que nutre los mercados bélicos. El fin del espejismo inmobiliario no solo repercute en la agenda oficial de inauguraciones de pantanos. Afecta al modelo productivo, aunque en los despachos oficiales se resistan a entenderlo y, lo que es peor, a obrar en consecuencia. Los empresarios de áridos tampoco asumen que, como el imperio austrohúngaro, la etapa de esplendor echó el cierre. No importa que se acumulen toneladas de azulejos y cerámicas en grandes extensiones junto a industrias abocadas al ajuste. En Valencia hay 40.000 casas vacías, aunque el gremio de la construcción y sus políticos afines sueñen con millares de nuevas cocinas alicatadas hasta el techo. Hasta 2018, dicen, habrá que ocupar miles de viviendas de segunda mano y proveer otros miles de docenas a estrenar. Será que esperan un montón de refugiados de Oceanía como consecuencia del deshielo climático. ¿Y por qué poner límite en 2018 y no subir la apuesta a 2036? El efecto es más estimulante. En Valencia, como se sabe, todo es posible: los leones campan a sus anchas, los bólidos compiten por las calles y los barcos son fenicios. Por lo visto, su término municipal no tiene límites y, a una mala, el camino hacia la estratosfera apunta maneras. Horizonte de éxtasis para los mineros de arcillas en horas bajas. Ya les duele que la Administración, aplicada en sanear las impunidades financieras, ha reducido la obra pública: la gran esperanza del sector, al decir de sus capitostes. Uno de ellos, Manuel Hermoso, presidente de los empresarios de áridos valencianos, calificaba estos días como una barbaridad que el anteproyecto de ley de parques naturales prohíba su actividad en tales espacios. "Los materiales son necesarios, están donde están, y hay que sacarlos", declaraba quien no parece distinguir entre un bosque y un descampado. Para los señores de los áridos, si no son azulejos, serán váteres, pero el saneamiento requiere de arenas y hay que extraerlas donde se hallen, sea parque natural o en lo alto del Himalaya. Al fin y al cabo los mapas militares, minuciosos en la orografía, se pueden rehacer, bien para uso de excursionistas, bien en caso de invasión o guerra con enemigos de cercanías. Y el bidé, como pieza del Estado del bienestar, puede y debe extenderse a los indios korubo del Amazonas, a los iglúes árticos y a las chozas bosquimanas. El futuro es árido. No se resistan.

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