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Columna
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Mucho ruido, poco derribo

En materia de sinvergonzonería es muy difícil la innovación. Mantener una cierta originalidad en asuntos de cohecho, tráfico de influencias y prevaricación resulta cada día más complicado. Hay mucha competencia y casi todo está inventado. El arte de robar es una de las profesiones más antiguas del mundo. El mangoneo ha ido cambiando a lo largo de los tiempos, pero no para mejor. Ya no se roba como se robaba antes. Hubo un tiempo en que un buen ladrón podía aparecer hasta en los libros de historia. El llamado robo del siglo tiene 1,5 millones de entradas en Google, definición en la Wikipedia y hasta una celebrada película de Roger Donaldson. No como ahora, que cualquiera tiene cinco minutos de gloria como pillo en un telediario.

Hay tantos asuntos feos y dudosos que o eres original o no eres nadie. La última operación contra la corrupción en Málaga, que saltaba en la localidad de Villanueva de la Concepción, tenía dos novedades con respecto a las demás. La detención del alcalde de un municipio que llevaba apenas un año siendo municipio. Y la implicación en la supuesta trama de un profesor de la Facultad de Derecho que era detenido en su despacho de la Facultad de Derecho. En el caso del alcalde de Villanueva, la originalidad es la prontitud. Si se confirman los hechos, fue llegar a la alcaldía y robar el santo, en vez de besarlo. Si al final el alcalde no tiene relación alguna con la trama, como sostiene otro imputado, estamos ante una buena metedura de pata.

La presencia de un profesor de Derecho en el listado de imputados, también aportó un plus de novedad. Un profesor era de lo poco que faltaba al colectivo gremial de la corrupción, integrado por alcaldes, concejales, ex ministros, ex presidentes de comunidades autónomas, responsables de diputaciones, abogados, empresarios, notarios, arquitectos, policías, tasadores... Ahora ya tenemos a un representante del ámbito académico. Para que luego digan que hay que acercar más la Universidad a la sociedad. Más cerca imposible: en el mismo despacho que este profesor tenía sus apuntes para dar clases guardaba los documentos que gestionaba en su actividad privada como asesor urbanístico. Y los trapicheos se hacían en la cafetería de la Facultad.

Un alcalde recién estrenado y un profesor recién pillado en un verano recién comenzado eran ingredientes suficientes para que esta pequeña historia de pueblo alcanzara los titulares de los medios de comunicación. A partir de ahí, todo los demás sobraba por innecesario. Y resultó, a todas luces innecesario, sacar esposado por las puertas de la Facultad al profesor al que acababan de registrarle el despacho, tenerlo detenido durante todo el fin de semana en los calabozos de la comandancia de la Guardia Civil, para ponerle el lunes a disposición judicial, de donde salió con cargos pero sin fianza. Lo mismo se podría decir de lo ocurrido con el alcalde y con otro letrado detenido en la misma operación.

De momento, este exceso de celo policial, que se empieza a repetir con demasiada asiduidad, está teniendo un efecto contrario al deseado. Lejos de servir para dar una imagen de tolerancia cero contra estas prácticas corruptas, está sirviendo a algunos como excusa para no atajar el fondo del asunto y polemizar con las formas. O lo que es lo mismo, incumplir un compromiso que habían adquirido: expulsar de sus filas a los corruptos. La corrupción se ataja con instrucciones bien llevadas y sentencias ejemplarizantes, pero no con detenciones desproporcionadas. Que luego sabemos lo que pasa, que no hay manera de tirar nada. Ni pisos en Marbella ni centros comerciales en Armilla. De los 275.000 metros cuadrados levantados en el polémico parque comercial Nevada, la sentencia contempla la demolición de poco más de 1.500 metros, lo que equivale a un 1% de la superficie. Mucho ruido para tan poco derribo.

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