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Columna
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La escapada

La noticia de que el Gobierno valenciano se reunirá el próximo octubre en Bruselas, es decir, que hará un Consell lejos de las tierras valencianas, además de sorprender resulta un poco preocupante. Por más que intento asimilar la idea, no lo consigo. Un gobierno elegido por los valencianos se marcha fuera de la Comunidad para tomar decisiones que afectan a los valencianos que se quedan dentro del país. Pues no lo entiendo.

Para empezar habrá que decir que esa reunión es la de un gobierno en el exilio y a mí esas cosas me ponen nervioso. Ya sé que eso no es como antes, que no tiene el mismo significado que en tiempos pasados, pero estarán de acuerdo conmigo que, de cualquier manera, un gobierno en el exilio es poco tranquilizador. ¿Y si no vuelven?, pensaría un neurótico. Supongo que alguien se quedará de guardia porque hay mucho desaprensivo que podría intentar colarse sin permiso. Quiero decir que si los del metro de Madrid tienen unos servicios mínimos, el gobierno valenciano también los tendrá, digo yo. Claro que, en este caso, patronos y empleados son los mismos, y eso plantea sin duda alguna un problema de competencias. Total, un lío, un auténtico embrollo.

Una situación tan insólita provocará todo tipo de estudios, estoy seguro. Esos días de soledad política se harán encuestas por las ciudades valencianas para conocer los típicos indicadores que toman el pulso a las sociedades: ¿subirá o descenderá la satisfacción ante la vida? ¿Tendremos más o menos confianza en el futuro? Hasta podría ocurrir que, meses después, comprobemos que aumentó el índice de natalidad de los valencianos, un indicador siempre positivo para los países. Puede ocurrir cualquier cosa y no tendremos otras muchas ocasiones para investigar sus efectos.

Y hay más. Dicen que el presidente Camps está preparando una remodelación del Consell para agosto o quizá en septiembre. Claro, no es lo mismo. Si la hace ahora, los consejeros tendrán tiempo suficiente para visitar sus despachos, repasar los temas y consultar una guía de Bruselas. Pero si es en septiembre, casi no podrán ni hacer las maletas y se encontrarán de pronto en otra ciudad. Una experiencia políticamente traumática que les puede crear malos hábitos en el futuro, algo así como solucionar problemas mediante viajes turísticos. Ahora bien, el peor escenario sería que hiciera la remodelación en el mismo Bruselas, marcharse con un equipo de gobierno y volver con otro. Se lo imaginan diciendo ¿a qué no sabéis cuántos tienen billete de vuelta? No, eso sería terrible, seguro que no ocurrirá de esa forma.

En cualquier caso, esta escapada política plantea demasiados interrogantes y muchos problemas sin resolver. Sería mejor que fuesen los valencianos los que visitaran Bruselas y que el gobierno tuviera domicilio fijo, la única certeza política que nos quedaba a los ciudadanos.

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