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Editorial:editorial
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Riesgos de recaída

Lleva razón Ben Bernanke al advertir, el miércoles pasado, acerca de los riesgos de interrupción de la recuperación en su país y en la economía global. De "inusualmente inciertas" calificó el presidente de la Reserva Federal las perspectivas de la principal economía del mundo, debilitando la ya precaria confianza de consumidores y empresas. Un peor comportamiento que el esperado en el todavía muy sensible y significativo mercado de la vivienda durante el pasado mes es el último de los indicadores que invita a la prudencia a la hora de valorar las posibilidades de abandono definitivo de todos los peligros que trajo el crash financiero. La del presidente de la Reserva Federal es la más reciente de las cautelosas posiciones de economistas en EE UU acerca de la vulnerabilidad de la fase de recuperación de la economía estadounidense. Otros vienen advirtiendo desde hace tiempo de esa fragilidad y de los riesgos derivados de la prematura retirada de las excepcionales medidas de política económica. El mayor riesgo es no reducir pronto el paro, considerado por el propio Bernanke el principal problema de su economía, situado algo por debajo del 10%.

Las probabilidades de recaída en registros negativos de crecimiento del PIB no son descartables tampoco en Europa. En la actualización que ha hecho recientemente el FMI de sus previsiones macroeconómicas, el conjunto de la UE es el bloque con el peor ritmo de crecimiento del mundo. La española es la economía que más tarda en superar la recesión. Europa es, en efecto, el bloque que más ha tentado esa recaída en la recesión (una double-dip recession), a tenor de las políticas asumidas por la totalidad de sus Gobiernos. No solo fueron las economías con más elevados desequilibrios en las finanzas públicas las que decidieron planes de austeridad suficientemente explícitos para que los no siempre mercados financieros se calmaran, sino que también Alemania, Francia y desde luego Reino Unido se han incorporado de forma absolutamente sincrónica al ajuste. Es verdad que se trata de una suerte de masoquismo que no favorecerá la recuperación y, en consecuencia, el pretendido saneamiento de las finanzas públicas. Se trata de señales reivindicatorias de una ortodoxia poco útil. A los mercados de bonos tampoco les gusta que una economía no crezca o lo haga con poca intensidad durante años: sin demanda no es fácil pagar las deudas.

Evidencias tales avalan las posiciones que defienden el mantenimiento de los estímulos económicos excepcionales que se adoptaron para evitar que esa crisis constituyera, en efecto, la segunda edición de la sufrida en los años treinta del siglo pasado. El alargamiento de aquella recesión y la conformación de la depresión tuvo mucho que ver con la impaciencia de la Administración americana de entonces para mantener medidas de compensación del desplome de la demanda agregada. Por eso es pertinente sugerir que más vale unas décimas y unos meses más de déficit público que precipitarse en una década perdida sin crecimiento, sin inflación, pero con las más elevadas tasas de desempleo de las ultimas décadas. La recaída en tasas negativas de crecimiento, o simplemente la prolongación del estancamiento, es un escenario que hay que alejar con las herramientas de política económica disponibles, y, siempre, con una estrecha coordinación entre los grandes bloques económicos.

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