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Reportaje:SINGULARES | César Pérez de Tudela, escalador

Un conquistador de altura

Un infarto obliga al alpinista madrileño a retirarse de su última expedición

Nada en su atuendo delata que ha dedicado su vida a buscar cielos. Una sencilla camiseta blanca, un pantalón caqui, unos zapatos negros y una cartera negra, su complexión delgada y su tupida barba lo hacen pasar desapercibido. Solo un buen observador notaría la única pista de su pasión, su reloj, negro, más grande de lo habitual, pues mide la altura, la presión y tiene brújula. "Es para no perdernos tanto en esta vida", sentencia.

Aquellos que han estado con César Pérez de Tudela cuando le han dado los tres infartos que ha sufrido, siempre en lo alto de una montaña, nunca lo han ayudado, porque se enteran de lo que pasó siete horas después. Cuando le comienza el dolor en el pecho, solo resopla e intenta relajarse, en lugar de preocuparse por la muerte. Su temeridad tiene una razón poderosa. "¿Para qué les digo a mis compañeros que tengo un infarto, si no pueden hacer nada por mí, si el hospital más cercano está a días a pie?".

Es la tercera dolencia cardiaca que sufre el deportista
El 10 de julio el mal le sorprendió, de nuevo, en una cima a 6.000 metros
Pese a todo, sigue creyendo que "la felicidad está en lo alto"
"En la montaña se adquiere una fortaleza que da paz y claridad"
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Este veterano alpinista nacido en Madrid el 16 de junio de 1940, con medio siglo de experiencia en la escalada, sufrió su última dolencia cardiaca el pasado 10 de julio, mientras intentaba alcanzar la cima del pico Khan Tengri, en Kirguizistán, a unos 6.000 metros del altura. César acompañaba a integrantes de la Asociación Española de Alpinistas con Cáncer en su propósito de instalar en la cima del pico una bandera de la Comunidad de Madrid con las manos pintadas de niños hospitalizados en el Doce de Octubre, como símbolo de fortaleza.

La expedición continúa sin César, que llegó a Madrid a recibir atención médica especializada tras tres días enfermo. "Mis infartos son un poco imprudentes", bromea. Tiene razón. Al primero, en 1992, en el Everest, en el Himalaya, sobrevivió de milagro, pues nadie ayuda a nadie ahí por cuestión de supervivencia, pero su hijo mayor, Bruno, y un sherpa lo salvaron. El segundo, en 1997, fue en el Gulap Tengri, en el Tíbet; era el guía, y no podía alarmar a todo el grupo con sus "dolencias".

El amor por las montañas le nació cuando era un joven "enclenque", durante la adolescencia. Tuvo que trabajar mucho con su resistencia física para poder alcanzar a los más fuertes, que eran los que escalaban. Lo consiguió practicando esquí de fondo, disciplina en la que fue tres veces campeón universitario. En 1960, a los 20 años, ya era formaba parte de la selección de alpinistas españoles, lo que le permitió integrarse al equipo que monitoreaban las montañas españolas sin problema. Eso lo fue preparando para las grandes alturas. En 1967 tuvo su primera gran expedición, los Montes Atlas, en el norte de África. Y ya no paró.

Ha tocado muchos cielos, lo que lo ha convertido en uno de los alpinistas más experimentados de Europa. Su curriculum alpino pasa lo mismo por el Monte Everest -el más alto de la tierra-, situado en la frontera de Nepal y China, por el Kilimanjaro, en Tanzania, o las cimas del Tibet, que por el Aconcagua, en los Andes, algunos volcanes filipinos o los hielos patagónicos. No sufre porque le falten en su vida algunas de las cimas más altas, como el K2, en el Himalaya. "Me interesa escalar todas las montañas, no solo las más altas, pues el encanto de una cima está en su forma, en su arquitectura, no en su altura. Está bien escalar el Everest, pero es tan comercial que ya hay muchas ayudas para llegar a la cima. En lugar de escalar 8.000 metros escalas 5.000. Ya no puedes decir en lo alto 'Yo estuve aquí por mi esfuerzo', y eso no me gusta", explica. También practica el parapente, para bajar.

La última afección cardiaca ha hecho que César se sienta, una vez más, derrotado por las montañas. Pero es una derrota serena, pausada, que refleja un gran triunfo de carácter. Ahora ya no sabe qué hará, si dedicarse solo a dar las conferencias de sus relatos de altura, actividad que le da los recursos económicos para vivir, continuar con la docencia en derecho y periodismo, disciplinas que estudió en la Universidad Complutense y que ejerció en algún momento de su vida, o dedicarse a escribir otro libro (ya tiene casi una treintena).

A lo mejor reincide y, pese a su precaria salud, continúa con los ascensos. "Es que la felicidad está en lo alto", asegura. Sorprende esta aseveración en boca de quien vio morir a su primera esposa, Elena de Pablo, en el monte Hindu Kusch, en Paquistán, en 1971. O que pasó por otra terrible experiencia, con la muerte de uno de sus mejores amigos, el periodista español Fernando Martínez, fallecido entre sus brazos en 1976, en el Monte Sarmiento en Tierra del Fuego."Busco a la montaña por su filosofía, su poesía, su mística. Por ella adquieres una fortaleza que da paz, claridad", dice. "Hay cosas tristes, sí, pero no todo ha sido tragedia. La montaña es lo único que me ha dado respuestas a lo fundamental, por eso las busco ahí. Y las buscaré, porque no le tengo miedo a la muerte. La he sentido tan cerca que ya no asusta".

El alpinista madrileño César Pérez de Tudela.
El alpinista madrileño César Pérez de Tudela.SAMUEL SÁNCHEZ

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