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AL CIERRE
Columna
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La pereza

Jordi Soler

El filósofo Raoul Vaneigem escribió un hermoso y subversivo texto sobre la pereza (Éloge de la paresse affinée, 1996), al que hay que acercarse en verano. Para no caer en un contrasentido, Vaneigem escribió un elogio, unas cuantas páginas, y no un tratado, que le hubiera exigido una cantidad de trabajo inverosímil para un filósofo que defiende con tanto ahínco la pereza. Para abrir boca, este filósofo belga tira esta bomba sobre ese concepto intocable y sacrosanto de la civilización occidental que se llama el trabajo: "Una alquimia involutiva que transforma en un saber de plomo el oro de la riqueza existencial".

Al no hacer nada estamos rigurosamente con nosotros mismos y desde ese estado puede proyectarse un apunte mental de trascendencia, imaginar proyectos, bosquejar golpes cruciales de timón o pueden establecerse, con otro perezoso, conversaciones de gran calado. "Las múltiples obligaciones que, desde el nacimiento a la muerte, hacen de la vida una frenética producción de nada (...). El trabajo ha desnaturalizado la pereza. La ha convertido en su puta, del mismo modo en que el poder patriarcal veía en la mujer el reposo del guerrero". A lo largo de este conveniente elogio, Raoul Vaneigem cita el Pays de Cocagne, ese territorio mitológico, muy popular en los textos medievales, donde había montañas de queso, ríos de vino y árboles de los que, además de fruta, colgaban enormes lechones ya cocinados. Los habitantes de Cocagne, o Cucaña, no padecían, desde luego, la tiranía del trabajo.

A veces una intensa actividad mental, una tormenta que pone patas arriba el intelecto, tiene la apariencia física de la pereza; pero a lo que hay que aspirar verdaderamente es a la pereza pura y dura, sin tormentas mentales que enturbien ese espacio diáfano, de calma chicha, donde puede manifestarse cualquier cosa, desde un puente de hierro forjado hasta una novela de 800 páginas. "La pereza es goce de uno mismo o no es nada. No esperen que les sea concedida por sus amos o sus dioses. A ella se llega por una natural inclinación a buscar el placer y evitar su contrario. Una simpleza que la edad adulta se empeña en complicar".

twitter.com/jsolerescritor

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