Belleza crepuscular
Tiene Simon Boccanegra una belleza crepuscular que, además de situarla en un lugar destacado entre los títulos más conmovedores de Verdi, explica a la perfección las agudas observaciones del escritor Mauricio Wiesenthal estableciendo un paralelismo entre Verdi y Dostoievski. En ambos autores los personajes sienten, reflexionan, evolucionan. La música de Verdi narra con intensidad y poesía estos universos de afectos, intrigas y pasiones. Sin duda, Simon Boccanegra es un título ideal para cerrar una temporada de ópera, o, si se prefiere, una etapa de la accidentada historia del Teatro Real.
La representación del pasado sábado mantuvo, en su conjunto, una gran dignidad, con momentos extraordinarios y otros discutibles. Vocalmente contó con un Boccanegra con presencia y color, defendido con convicción, a la antigua usanza, por George Gagnidze; tuvo en escena una Amelia Grimaldi rebosante de sensibilidad y energía interior, gracias a la talla artística y musical de la imponente Inva Mula, y completó el trío básico un Adorno apasionado y vital mantenido por el buen hacer del tenor Fabio Sartori. El resto de los cantantes cumplió a un nivel más que suficiente para transmitir las esencias del drama.
SIMON BOCCANEGRA
De Verdi. Con George Gagnidze, Inva Mula, Giacomo Prestia, Fabio Sartori, Simone Piazzola y Miguel Angel Zapater. Sinfónica de Madrid, Coro Intermezzo. Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Giancarlo del Monaco. Producción de 2002. Teatro Real, 17 de agosto
Sonó bien la Sinfónica de Madrid. Con claridad, con precisión, con oficio. López Cobos ha defendido estos últimos días los progresos de la orquesta durante los siete años que él lleva en el teatro. Es innegable esta evolución. Su lectura de Simon Boccanegra tuvo todo el sentido del orden y la pulcritud que caracterizan al director zamorano. ¿Y la tensión dramático-teatral? Bueno, pues eso es otra historia, que diría el director de cine Billy Wilder. Dejémoslo hoy así.
El director de escena Giancarlo del Monaco ha modificado aspectos de iluminación, distribución espacial y algún detalle escenográfico respecto a su producción de 2002. El espectáculo se beneficia de ello. Hay quizás un exceso de esteticismo en la escena del Consejo, con una invasión del "pueblo" tan simétrica y ordenada que no es creíble teatralmente. El manierismo afecta también a algunas composiciones plásticas. Son marca de la casa. Pero también lo es la eficaz dirección de actores y la evocadora escenografía marina. Con su trabajo, con el de la orquesta, con el de un coro más entonado que en otras ocasiones y, sobre todo, con el de los cantantes, la ópera llegó directamente al corazón del espectador. Sorprendentemente, fue una de las entradas más flojas del Teatro Real en muchos años, con un patio de butacas en el que llamaba la atención el elevado número de localidades vacías.
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