Vigo, hospital
Me he encontrado con Xaquín Álvarez Corbacho en la Alameda de Santiago y hemos ido a visitar una fuente y un pequeño jardín con laberinto que antes fue cementerio de peregrinos. Ser un turista en la propia ciudad es algo muy satisfactorio. Uno mira con otros ojos -con gafas de sol- lo que ve todos los días y descubre una cierta espiritualidad en la geografía urbana. De repente, los dos hemos pensado en Otero Pedrayo, que sigue siendo el autor de la mejor guía de Galicia y el mejor intérprete de Compostela. Vivimos tan urgidos por las ansiedades de la crisis y de un mundo que parece caerse a pedazos -deconstruírse, si lo decimos al modo del estructuralismo francés- que nos reconforta dirigir la atención a pequeños espacios de eternidad: el ciprés y la fuente.
La transferencia de recursos al sector privado es robar a los pobres para repartir a los ricos
Las fundaciones fracasaron y lo de ahora es peor: es poner en riesgo la financiación de la Sanidad
Europa se formó en torno al Camino de Santiago. Muy bien, de acuerdo: pero, a veces, Europa nos hace la puñeta. Puestos a no ser esencialistas de nada, tampoco conviene serlo de la Unión, de la que no siempre vienen buenas noticias, ni sacos cargados de monedas. Tomemos, por ejemplo, el Hospital de Vigo. La fórmula de financiación que ha escogido la Xunta para construirlo incrementa su precio y, en realidad, fomenta la privatización de buena parte de sus servicios, algunos esenciales. No sólo la cafetería o el aparcamiento, al final hasta la ecografía, de cuya correcta interpretación pueden depender tantas vidas, puede llegar a ser encargada, vía Internet, a un médico en la India tal vez muy competente, pero muy lejos de su paciente y de la información que su trato pueda depararle. Al fin y al cabo, la medicina sigue operando con síntomas que sólo pueden detectarse con la observación y el trato directo.
Ello es así, porque la UE obliga a las Comunidades Autónomas a evitar que su déficit no aumente por encima de un 3% . Es esta una norma de hierro, que vale tanto para administraciones saneadas como para aquellas por las que nadie daría ni un euro. La UE lo hace por dos razones. La primera, el muy comprensible temor alemán a la hiperinflación. En la medida en que el euro es una versión ampliada del marco alemán y el BCE del Bundesbank lleva en sus genes la memoria de la crisis de los años veinte en la que en dos años -del 22 al 24- la cosa llegó al extremo del 3,25 millones por ciento. Las ulteriores consecuencias de aquello -una guerra mundial, 40 millones de muertos- las conocemos y, en efecto, mejor sería no repetirlo.
La segunda razón es, sin embargo, menos juiciosa. Europa es hoy un continente dominado por ese dogmático liberalismo económico que azota el planeta. Con echarle un vistazo a la composición del Parlamento Europeo basta para entender que la derecha gana por goleada, y aunque no necesariamente tendría que estar orientada por la ortodoxia de la Escuela de Chicago, lo cierto es que del capitalismo renano -el dinero de rostro humano- ya va quedando poca cosa. Hasta Angela Merkel parece haber caído en la tela de araña del mundo financiero, en esa visión cortoplacista de los ejecutivos de la banca frente al tiempo más amplio y pausado de la industria.
Por lo que respecta a Feijóo y su Gobierno ya sabemos que su entusiasmo por el mercado sin fronteras no conoce límites. En ello no le va a la zaga a Esperanza Aguirre y, si tiene tiempo suficiente, conseguirá incrementar el volumen de negocio de la sanidad y la educación privadas y adelgazar la administración pública a límites exiguos, ínfimos, insignificantes. La derecha actual combina el fundamentalismo del mercado con el esencialismo moral de la Iglesia sin aparente conciencia de la contradicción. Las dos son auténticas amenazas a la libertad.
Pero volvamos al Hospital de Vigo. La prohibición de sobrepasar aquel porcentaje de déficit no impide que el Sergas se comprometa, para financiar con capital privado la obra, a pagar un canon anual máximo de 71,6 millones de euros anuales durante 20 años a las empresas comprometidas en el proyecto hasta completar 1.400 millones cuando en realidad su coste ronda los 450. En ese tiempo el hospital es un activo de la empresa y no del Sergas que sólo lo recibe cuanto el edificio ya necesita proceder a su rehabilitación.
La transferencia de recursos al sector privado, por tanto, es obscena. Como el rescate de los bancos por los estados la cosa consiste en robar a los pobres para repartir el dinero entre los ricos. Y ello, valga la experiencia inglesa como ejemplo, empeorando la calidad asistencial y sin que se pueda constatar beneficio alguno, en ningún orden. La experiencia comparada no presta apoyo a esta fórmula de financiación, digan lo que digan, y Pilar Farjas tiene que saberlo. En realidad, el partenariado público-privado no es sino una estafa de guante blanco. En el pasado el PP de Galicia ya creó fundaciones sanitarias que constituyeron un fracaso rotundo. Lo de ahora es peor si cabe: es poner en riesgo la financiación futura de un servicio básico.
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