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Columna
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Cicerón

El ministro de Franco que un día indicó que la juventud hispana necesitaba menos latín y más deporte, andaba un pelín equivocado. En primer lugar, porque el latín y el deporte son compatibles; y luego porque, para la muchachada que hoy peina canas o calvas y que cursaba el antiguo bachillerato de origen decimonónico, el latín era una forma de acercarse a la antigüedad clásica con sus humanistas, juristas, escritores de relevancia hasta nuestros días. Saber de Julio César y su Guerras de las Galias nos sirvió a muchos hasta para leer con mayor amenidad y comprensión las divertidas aventuras de Asterix; tener unas nociones básicas sobre la vida y obra del gran orador Marco Tulio Cicerón obliga, casi, a apagar el televisor si uno está siguiendo el debate sobre el Estado de la Nación y aparece el jefe de filas de la oposición mayoritaria pidiendo elecciones anticipadas. De Cicerón nunca supimos si era conservador, progresista o simplemente sensato. Sabía de leyes y participó en política, pero fue sobre todo el gran maestro de la oratoria, eso que tanto se echa a faltar hoy en día en los Parlamentos y fuera de ellos. Según explicaban los viejos profesores, era partidario de la República y el Senado romanos y no le acababan de gustar ni los dictadores, ni los emperadores con poderes absolutos, ni la demagogia de un populismo barato. Entre otras cosas dejó escrito que "no hay nada tan inseguro como la gente, nada tan oscuro como la voluntad de los hombres, nada tan falaz como el resultado de los comicios". Frase sentenciosa en la que el término comicios no está referido a unas elecciones generales, sino a unas determinadas juntas que tenían los romanos para tratar los asuntos públicos; es decir, salvando la distancia de los siglos, como los debates en el Parlamento.

Discursos e intervenciones falaces o engañosas para atraer a la galería es cuanto presenciamos, excepción hecha de las referencias a la responsabilidad en medio de tanta crisis que realizó el presidente de Gobierno, de quien todavía se espera una clara autocrítica por su reacción tardía cuando ya se precitaba la crisis como las sombras al atardecer. Qué le vamos a hacer. Aunque con estos maestros de la retórica no es de extrañar que las gentes, inseguras como decía Cicerón, se distancien de sus dirigentes políticos. Y ese distanciamiento, dado lo engañoso de sus palabras y lo fraudulento de sus comportamientos en demasiadas ocasiones, se agranda además por estos lares valencianos, donde una serie de diosecillos no acaban de bajar de la hornacina política, a pesar de vivir envueltos en la falacia. Ahí tienen o tenemos, vecinos, sin ir más lejos, el botón de muestra del conocido en los cuatro puntos cardinales como caso Fabra, por no hablar de basuras, correas o trajes que ya enmohecen. El caso Fabra es el discurso provincianista más falaz que conocieron los siglos y, a un tiempo, el silencio sospechoso en todo lo referente a los problemas con la hacienda pública. Nada más lejos de Cicerón.

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