Angustias y desvelos europeos
No es habitual ver burkas y nikabs en las calles y plazas europeas. Escasea sobre todo la primera de las piezas con las que se velan las mujeres afganas, aunque es posible ver mujeres con la prenda que deja solo los ojos descubiertos, propia del Golfo Pérsico. En Francia, el país europeo con mayor proporción de ciudadanos musulmanes, el 8%, los servicios de policía han contabilizado solo a 367 mujeres como portadoras de este tipo de prendas. En España, los periodistas saben muy bien de las dificultades para encontrar mujeres que lo usen, y es más fácil localizar a sus portadoras entre los turistas de los países árabes en la Costa del Sol o las tiendas caras de Madrid que en los barrios de inmigración africana y asiática.
Mucho sabemos los españoles sobre la cobertura del rostro, y no precisamente por nuestro pasado musulmán. El motín de Esquilache fue una revuelta popular en reivindicación del embozo, prohibido por razones sobre todo de seguridad por aquel ministro ilustrado de Carlos III. Las lloronas profesionales de unos ritos funerarios que estaban vivos todavía el siglo pasado solían cubrirse el rostro entero. Los protagonistas de la Semana Santa hispánica son los penitentes encapuchados con siniestros capirotes. Pero nuestras dificultades con el velo integral musulmán no difieren de las que tienen otros países europeos, donde también se está planteando su prohibición, al menos en los locales públicos y centros de enseñanza.
Hay muchas razones para militar activamente contra el velo integral. Las hay incluso para hacerlo contra todo velo, casi siempre instrumento de dominación y sumisión. También las hay, por los mismos motivos del marqués de Esquilache hace más de dos siglos, para prohibir el acceso con pasamontañas, cascos integrales y otras caperuzas a las instalaciones públicas. Quienes promueven mociones y legislaciones a través del continente europeo suelen esgrimir unas y otras en un movimiento muy parecido a la formación de una bola de nieve que adquieremayor impulso cuando tropieza con un obstáculo. No valen dudas ante el rampante prohibicionismo porque quienes las tienen se convierten inmediatamente, a ojos de buena parte de la opinión pública, en defensores de la tolerancia hacia el islam integrista y partidarios estigmatizados del relativismo moral. Hasta tal punto, que finalmente son ellos los destinatarios de la prohibición más que las desconocidas portadoras de tan infame vestido. Aunque no se reconozca, el debate sobre burkas y nikabs versa sobre otra cosa. Esos desvelos y angustias se deben al miedo a la inmigración islámica y a la inseguridad ante el fantasma de una islamización del continente. Pero sobre estos temas a nadie se le ocurre proponer sensatas mociones municipales ni proposiciones de leyes.
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