_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

QUE ESO NO SE DICE

Carlos Boyero

Haciendo memoria sentimental, una peligrosa aunque irremediable manía que se instala obsesivamente cuando la edad te acerca al invierno de la vida, hay recuerdos especialmente gratos como el descubrimiento en la infancia o en la adolescencia de películas y libros que te hicieron flotar. También guardas con mimo los primeros discos que compraste, discos de verdad, o sea, en irremplazable vinilo, destinados a rayarse, sin aséptico sonido metálico, dando vueltas en un tocadiscos a pilas.

Algunos de esos LP te los habían recomendado amigos precozmente iniciados, como Revolver y Aftermath. En otros funcionaba tu instinto, porque te gustaba la portada o porque intuías que había un tesoro dentro. Así descubrí el piano de Bill Evans y la maravillosa voz de Johnny Cash. Este hombre, puro estilo y sentimiento, rugía y susurraba canciones intemporales ante un público insólito y enardecido, los presos de la cárcel de San Quintín. Pero ocurría una cosa muy rara en ese disco. En algunas canciones las palabras de Cash eran sustituidas por un pitido. Y pensabas en tu inocencia que era cosa de brujas o que el disco estaba defectuoso. Tardé en enterarme de que el surrealista pitido servía para censurar el lenguaje bronco de Cash, las palabras malsonantes, los tacos.

Es probable que el educativo y represivo "niño, eso no se dice, así no se habla" propicie que el lenguaje de muchos adolescentes se empeñe con tozudez en ser permanentemente tabernario, en no poder o querer articular una frase sin tacos, obscenidades, insultos soeces, blasfemias. Eso puede funcionar como pose o con naturalidad. En algunos resulta pedestre, son muy fatigosos. El problema es que muchos se quedan colgados y no sabrán expresarse jamás de forma más civilizada.

Cuentan que en Estados Unidos ya no habrá más pitidos, que un tribunal vuelve a permitir los insultos en la radio y en la televisión. Me alegro. Pero al haber perdido allí los deslenguados la higiénica costumbre de insultar, sería adecuado que les pagaran un viaje a España para que reiniciaran el aprendizaje en nuestros realities y debates.

Es complicado encontrarte alguno en el que el principal argumento expresivo no sea "me suda la polla" o "el coño de tu madre". En el homenaje de Madrid a los campeones escucho al tímido y angelical Iniesta: "Es la hostia". O al ejemplar Casillas: "Estos son unos cabrones que siempre están dando por culo". ¿Nervios, campechanía, desparpajo? Me caen tan bien que no me resulta chirriante. Maniqueo que es uno.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_