Edificios impostura
Seguro que ya les he dado la lata con esas cuatro torretas de Madrid que parecen unos vigías sin funciones en medio de una ciudad baja —con alguna altura acumulada en la Gran Vía, Azca y en el camino a Barajas—. Mil perdones. Me causan tanto disgusto cuando las veo, y las veo todos los días camino de casa, que por recomendación del psicoanalista me veo abocaba a hablar de ellas. "Será que tienen para usted connotaciones fálicas", me dice.
Qué más quisieran los rascacielos que apelar a mi subconsciente. Apelan, y cómo, a mi superconsciente al pensar en plan calculadora la de dinero que ha costado eso que se ve tanto, porque ha costado mucho dinero. En fin, estrategias de la sociedad tardocapitalista. No pasa sólo con los cuatro rascacielos, sino con otros edificios que se convierten en esculturas imaginadas para epatar más al edificio de al lado que a los ciudadanos. Pienso en las Torres Kio, en el Reina de Nouvel, en la rehabilitación de La Caixa, prodigio de ingeniería, hueco y con ese jardín colgante, delirio de sostenibilidad —hay plantas—, imposible de mantener en una ciudad en la cual agua no sobra precisamente. Hijos del Guggenheimde Bilbao, todos los edificios que han ido proliferando en nuestra geografía simbolizan cierto espíritu de parque temático —la idea de acumular construcciones con firma en un espacio reducido— y hasta de esa expresión que tanto gusta a los anglosajones, namedropping: ir soltando nombres para impresionar o hacer carrera.
Pero traigo malas noticias: lo siento. El final de la era de la arquitectura escultura —o icono— y de los arquitectos estrella, que mantienen obras abiertas por todo el globo, está llegando a su fin. Se ha acabado el dinero y lo que es más: ya no es chic gastarlo a lo loco. Ahora que se ha puesto de moda el concepto "sostenibilidad" —que también empieza a ser un valor de cambio para algunos, por cierto, a medio camino entre ecología y reciclaje—los edificios icónicos y caros son parte del pasado: va a empezar a dejar de llevarse la rúbrica de los grandes estudios de arquitectura.
Por eso llega como un soplo de aire fresco la propuesta de Iñaqui Ábalos en la Fundación Telefónica de Madrid. Partiendo del concepto de la Gran Vía madrileña como un lugar de las experimentaciones en su origen, Laboratorio Gran Vía propone a nueve estudios que piensen nueve experimentos partiendo de esa vitalidad e innovación que, mal que pese a los políticos que hacen de todo para destrozarla, ha tenido desde el principio la calle. Desde las casas-teatro de Chinchilla hasta propuestas ecológicas o de redes, pasando por la Gran Vía trasera de Andrés Jaque Arquitectos, que apela a lo invisible del escenario como punto de partida de la ciudad, las propuestas en Telefónica, las utopías, demuestran ese cambio de paradigma en el cual el punto de partida para "construir" debe ser otro.
Si como a mí les molestan los edificiosescultura de sus ciudades —que en todas hay alguno—, no se pierdan esta exposición. Y no se pierdan sobre todo un libro inteligente, documentado y con frecuencia, y pese a la seriedad de la cual su autor hace gala, salpicado de un fino sentido del humor.Me refiero a Arquitectura milagrosa. Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim (Anagrama), de Llàtzer Moix, un análisis riguroso, ciudad por ciudad del Estado español, de esa arquitectura estrella que forma parte del pasado, dice el autor en su introducción, y que se hace más llamativa si cabe en un país como éste tan dado a los milagros, una especie de "bienvenido Mr. Marshall" de la arquitectura que con las torres casi a medio hacer en medio de esta crisis bestial ha llegado un poco tarde.
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